En 1988 Alcudiamar obtuvo una concesión administrativa otorgada por el Consejo de Ministros del Gobierno de España. Tras estos 34 años de trabajo constante, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre esta aventura empresarial y recordar los hitos y la evolución del proyecto desde los años ochenta del siglo pasado hasta nuestros días. Es innegable que hemos mejorado en muchos aspectos, pero también es cierto que siguen latentes muchos de los demonios que atenazan a la sociedad y por ende al desarrollo de nuestro sector.
No ha sido un camino fácil hasta llegar a nuestros días. Las disputas entre el Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria de Baleares (APB) por la ordenación del Puerto de Alcudia (que aún persiste en nuestros días) colocaron a Alcudiamar en una posición difícil en medio del enfrentamiento entre dos administraciones. Durante años, el puerto careció de un plan especial preceptivo por los continuos desencuentros entre el Ayuntamiento y la APB, incluso en periodos donde los responsables eran del mismo color político. No fue hasta el año en que Juan Verger, como presidente de la APB, y Miguel Ferrer, como alcalde de Alcudia, alcanzaron un acuerdo para aprobar este imprescindible documento de planificación y gestión portuaria. Habían transcurrido 12 años desde el inicio de la tramitación hasta su aprobación.
Durante ese largo periodo, Alcudiamar tuvo que impulsar la tramitación de una modificación puntual de normas urbanísticas para encajar el proyecto aprobado por Consejo de Ministros en la normativa municipal, a fin de poder obtener la licencia de municipal preceptiva para las obras de edificación de la concesión. Estas edificaciones tuvieron que soportar paralizaciones durante 10 años por la disparidad de criterios en la interpretación de los parámetros urbanísticos que el Consejo de Ministros hacia aprobado y los que consideraban algunos técnicos municipales. A estas diferencias se añadieron las clásicas enemistades personales propias de la política localista, que terminaron elevando el coste de un proyecto que estuvo a punto a irse al traste tal como hoy lo conocemos.
El proyecto salió adelante porque logró atender una demanda local latente de náutica social, es decir, amarres para embarcaciones de 6, 8 ó 10 metros de eslora. Pasaron años hasta que apareció una demanda significativa para barcos de mediana y gran eslora, dado que la oferta residencial de la zona era escasa. Esto fue así porque las bahías de Pollensa y Alcudia apostaron por el turismo hotelero. A ello hay que añadir que Alcudia no se percibía como un destino náutico. Pollença en aquel momento era el puerto referente en la zona norte de Mallorca y allí recalaba la mayoría de la demanda náutica.
Con la evolución del puerto, también se fue desarrollando un área de reparación y mantenimiento de primer nivel. El travelift que se instaló en 1988 era el mayor de gestión privada en aquel momento, con una capacidad de 80 toneladas. Hoy puede parecer ridículo por las capacidades que se manejan en los varaderos de Palma, pero en su momento constituyó un auténtico hito. Posteriormente se adquirió un travelift de 150 toneladas y con la nueva ampliación de plazo se prevé instalar uno de 400 toneladas para atender la demanda creciente, aunque cabe la posibilidad que no se llegue a ejecutar por la oposición de los actuales responsables de la Comisión Balear de Medio Ambiente.
Es importante destacar lo que representan estas inversiones para la actividad náutica y su aportación a la economía de Baleares. Una importante cantidad de empresas han crecido al amparo de estas infraestructuras financiadas por la iniciativa privada. Mallorca es hoy es reconocida mundialmente como un destino líder en tecnología y servicios asociados con un alto nivel de empleo bien remunerado.
Alcudiamar fue también pionera en nuestra comunidad a la hora de desarrollar un espacio urbano que integrara puerto y ciudad, concepto hoy tan de moda pero en ningún caso novedoso. Cumpliendo con las exigencias de seguridad y controles necesarios para la protección de las personas y los bienes, se optó por eliminar el máximo número posible de barreras, dotando al destino de un espacio urbano para el disfrute de las personas.
A todo ello hay que sumar la creación de un producto único que añade valor al destino: el hotel temático náutico Botel Alcudiamar. En él se presta especial atención a todo lo referente a la calidad y el medio ambiente mediante la implantación de sistemas certificados de gestión excelente en estas materias.
Y así hasta llegar a la ampliación del plazo concesional, que nos ha permitido afrontar nuevas inversiones y un proceso de modernización total de las instalaciones y espacios públicos del puerto. Se lo contaré en la próxima entrada de este blog.