Cada vez que hago la compra en Mercadona, al pasar por la zona de congelados, no puedo evitar mirar de reojo las rodajas de tintorera apiladas en su feo cajón de plástico. Me duele verlas así, troceadas y mal apiladas. Las miro con cierta culpa, convencido de que un día ya no estarán allí, ni en el mar. He tenido la suerte de verlas en su estado natural. Una vez frente a Cap Enderrocat, donde se dice que acudían cada otoño a comer rayas pastinacas en su época de desove. Vi una incluso en el puerto de Palma, nadando aparentemente perdida entre los barcos amarrados. También las he visto retozar al sol al través de Portocolom, donde se pesca en verano la albacora. La última que pude observar bien, muy bien, fue en Cabrera, en Navidad de 2019, dando vueltas curiosas a nuestra barca.
La tintorera, tristemente, es el último gran tiburón pelágico que todavía hoy nos visita. Ya no se pueden ver en el Mar Balear los tiburones martillo, antes visibles desde la catedral de Palma, nadando por la playa de Can Pere Antoni. Todavía hay abuelos, viejos pescadores, en la barriada del Portixol que se acuerdan de aquellos tiburones tan extraños y tranquilos. Tampoco se pueden ver los tiburones zorros y sus saltos enormes fuera del agua al sur de Mallorca. Hace décadas que tampoco se ven los grandes tiburones blancos, frecuentes cada mes de marzo en los años setenta en todo el norte de Mallorca, desde Sa Foradada, donde se pescó el último, a Port de Pollença y Cala Rajada.
En definitiva, ya no hay en nuestras aguas apenas grandes tiburones pelágicos, sólo alguna tintorera solitaria que llega del Atlántico siguiendo su peregrinación eterna en virtud del movimientos de sus presas, la temperatura del agua, la salinidad y quien sabe qué otros parámetros ecológicos para nosotros totalmente desconocidos. Y las pocas tintoreras que todavía pasan por aquí llegan con anzuelos clavados. De hecho, la asociación conservacionistas y científica SharkMed ha constatado que la mitad de las tintoreras que han sido grabadas por sus equipos llevaban heridas causadas por el hombre, anzuelos que muy posiblemente las condenan a una muerte lenta.
Curiosamente, la tintorera no tiene ni tan siquiera verdadero valor comercial. Su muerte es pura mala suerte. Está en el lugar equivocado en el momento equivocado. Se pesca accidentalmente con palangre de superficie, cuando en realidad se intenta capturar atún rojo o pez espada, de mucho más valor en lonja. El precio en el mercado de la tintorera es realmente muy bajo, ya que su carne no es apreciada, muy cargada de escualeno, lo que le da un sabor poco agradable. Además, varios estudios aseguran que contiene habitualmente altas concentraciones de metales pesados como mercurio y plomo.
La Unión Mundial para la Naturaleza (IUCN) la ha incluido en su lista roja de especies amenazadas. Aunque su pesca no está prohibida, sólo «regulada».
La Unión Europea, en un congreso celebrado precisamente en Palma en noviembre de 2019, acordó que para los barcos que desembarquen en sus puertos se les permitirá pescar casi 70.000 toneladas en el Océano Atlántico por temporada. Si calculamos que una tintorera pesa una media de 70 kilos, esas 70.000 toneladas asignadas en cuota suponen la muerte autorizada de 1.000.000 de ejemplares por año para la flota que recala en Europa. Todo ello, suponiendo que existan controles reales en las lonjas.