Recuerdo el tremendo temporal que pasamos en la Vuelta a Dragonera en Piragua hace unos años. Caía agua como a mares, así como rayos y truenos, el viento soplaba a 35 nudos y un tipo se me acercó y me enseñó la pantalla de su teléfono diciendo e insistiendo: “Mira, no puede ser, mi teléfono señala claramente que no hay viento hoy aquí”. Lo miré sorprendido por su afirmación reiterada y rotunda. Ese tipo creía más a su smartphone que a sus propios sentidos.
La realidad es otra cosa, algo que escapa en muchas ocasiones al control humano. Y esa realidad, de vez en cuando, nos da un tortazo en la cara y nos despierta. Esto se puede sentir sobre todo cuando salimos de nuestra zona de confort, de nuestro mundo “climatizado”. Lo saben bien los montañeros y los navegantes. Todo lo que puedes prever y preparar puede saltar por los aires en segundos. Ya lo dijo el mariscal de campo Helmuth Von Moltke, apodado el viejo: “Ningún plan, por bueno que sea, resiste ante el primer contacto con el enemigo, con la realidad”.
El yate hundido en Palermo, igual que los que acabaron en la playa en Formentera unos días antes, fue embestido por una fuerza de la naturaleza sobrecogedora, un tornado, cap de fibló, tromba marina, chubasco, DANA o como queramos llamarlo. Claro que hay que investigar, pero con calma y datos, y han de ser los peritos, los ingenieros y los expertos de verdad.
Buscar, desesperadamente y sin solvencia, una explicación rápida, de origen técnico o humano es, creo sinceramente, una necesidad psicológica colectiva para convencernos de que no puede pasarnos a nosotros. Queremos pensar e interiorizar que “sólo le pasó a esos porque… bla, bla, bla…”. No es cierto, nos puede pasar a todos y en cualquier momento.
Claro que la previsión meteorológica que nos da nuestro súper teléfono actual puede decirnos que habrá mal tiempo, un chubasco potente o algo, pero lo cierto es que, si un mal día, el rayo te cae precisa y exactamente sobre la cabeza, poco o nada puedes hacer.