No voy a hablar de la pandemia, ni de la posidonia, sino de algo más peligroso para la náutica: la posibilidad de caer en la autocomplacencia. Es cierto que tenemos un Govern con un director general de Transporte Marítimo y Aéreo, Xavier Ramis, que se ha dejado la piel para ayudar a la náutica de recreo a volver al mar. Además, tenemos un director general de la Marina Mercante, Benito Núñez, que, por fin, escucha de verdad a la comunidad náutica y tiene muy claro que es necesario simplificar su marco normativo.
Si algo ha demostrado este caos que estamos atravesando estos meses, es que cuando las asociaciones de usuarios actúan en conjunción con las asociaciones empresariales y las de puertos deportivos (clubes náuticos y marinas), se consiguen muchas cosas, muchísmas.
Sin embargo, corremos un grave peligro, caer en la autocomplacencia ante lo conseguido y olvidarnos de que no todo el mundo en política y en la administración es como Xavier o Benito, y los equipos que los respaldan.
La náutica tiene enemigos, muchos. Son esos resentidos o envidiosos o no sé muy bien qué, que pensaban, piensan y pensarán que esto es «una cosa de pijos», olvidando que si hay alguna actividad en estas islas, incluso diría en este país, capaz de generar a la vez industria, empleo, actividad turística, deporte e ilusión, y todo ello con un factor multiplicador económico igualado por muy pocos sectores económicos, es la náutica.
Son los mismos que nos culpan de destruir la posidonia pero son incapaces de gestionar sus emisarios de aguas sucias, los mismos que ahora saldrán diciendo que las aguas de Baleares están impolutas porque no hemos navegado durante semanas, olvidando que la verdadera razón es que, por primera vez en 20 ó 30 años, las depuradoras no están sobrecargadas y están trabajando con la carga para la que fueron diseñadas.
Son los mismos que hablan de crear un «impuesto para los ricos» y publican un díptico ilustrado con un barco, en vez de con un casoplón, un cochazo, un apartamento de playa o un jet privado.
Son las mismas personas que se dedican a hacer la vida imposible a los bares que cuentan con terraza, son los mismos que no comprenden eso que se llama economía y que entienden que el medio ambiente sólo se puede defender fastidiando al prójimo. Son todos esos que quieren volver a la «Mallorca de la espardeña» y odian a los turistas que llegan cada año a nuestras islas, son los que critican pero, en cuanto pueden, se suben a un coche oficial y no los despegas de allí ni con una rasqueta.
El COVID-19 pasará, pero estos señores que odian a la náutica siguen ahí, y están en el gobierno de Baleares y en el de España, entre otros muchos sitios… Y son el tipo de persona que me llevó a escribir el artículo «bipolares o traidores» en marzo de 2017.
Ahora vendrán con las pilas cargadas porque son esos que mientras algunos miembros de los gobiernos se dan cuenta de los múltiples valores culturales, sociales, deportivos y económicos que tiene la náutica de recreo en nuestro país, ellos sólo ven «pijos en bermudas» en las fiestas de las grandes regatas internacionales. El peligro sigue ahí, no lo olvidemos.