Este verano he estado navegando cuatro semanas y han dado para mucho. Recibí noticias de la Guardia Civil abordando barcos de bandera extranjera buscando infracciones al nuevo Real Decreto de equipos de seguridad, ese que iba a modernizar la náutica española y sólo ha perpetuado una normativa rígida y cerrada a avances tecnológicos. El que mantiene el uso de pirotecnia a bordo ignorando bengalas eléctricas homologadas, exige equipos SOLAS para embarcaciones de recreo y mantiene exigencias de homologación de equipos ajenas a la normativa europea. Por cierto, Anavre lo ha impugnado ante el Tribunal Supremo.
Hemos disfrutado navegaciones nocturnas, cielos estrellados, amaneceres impresionantes, fondeos en nuestras playas incomparables, amarres en puertos fantásticos y comidas a bordo y en tierra. Por otro lado, también hemos sufrido las inconveniencias de siempre y quiero destacar algunas de ellas protagonizadas por quienes deberían dar ejemplo.
En San Antonio sufrimos la «valerosa» actuación de una embarcación de la Guardia Civil. Estábamos fondeados junto al puerto, habría una docena más de barcos y, a unos doscientos metros, había un grupo de jóvenes con cinco o seis motos de agua que no molestaban a nadie. Sin hacer cabriolas, ni ruido, ni pasar a toda pastilla junto a barcos fondeados, simplemente estaban disfrutando. En ello estaban cuando apareció la GC saliendo de la bocana, cruzaron el fondeadero a unos 25 ó 30 nudos entre los barcos a pesar de que había gente nadando. Se dirigieron a los chavales, les pidieron la documentación y, por lo que pareció, estaba todo en orden. A continuación, la tripulación de seis o siete fornidos agentes, con sus chalecos antibalas y automáticas al cinto, completó la gesta con otro par de pasadas a alta velocidad y pidiendo los papeles a un barco de bandera polaca y, pasados unos minutos, se fueron por donde habían venido. Otra vez a toda pastilla y zarandeándonos sin compasión.
Conductas similares he visto por parte de los vigilantes de los campos de boyas posidónicos. Hay que decir que en todos los casos, en todos, hemos recibido su ayuda para amarrar y el trato ha sido de una educación exquisita. Sin embargo, estos señores parecen poseídos por el espíritu de la prisa y se dedican a recorrer los fondeaderos a alta velocidad, con el consiguiente peligro para los bañistas e incomodidad para los barcos amarrados.
La guinda del pastel fue que, al fondear sobre arena en un campo de boyas al amparo de lo dispuesto en el artículo 7 del decreto sobre la posidonia, se me dijo que no podía estar ahí y que, si lo hacía, se avisaría a la Guardia Civil. El vigilante reconoció que teníamos razón, pero que desde la Conselleria le habían instado a ignorar ese artículo y no dejar fondear a nadie, a pesar de que era legal hacerlo. Me fui por no discutir con alguien que, al fin y al cabo, no tiene capacidad de decisión sobre el tema.
Conseller Mir, la parte de su decreto que sigue en vigor incluye el artículo 7 y el personal de campos de boyas públicos debe cumplirlo. Tal vez convendría que alguien dijese a los «vigilantes del mar» que las normas son para todos y que en un fondeadero hay que navegar igual que en un puerto. Todo ello porque los responsables políticos, la administración y sus agentes deben ser necesariamente ejemplares y, por desgracia, parece que no siempre lo son.