Aparentemente era una niña normal, algo delicada de salud, según decían algunos, pero normal, muy normal. Procedía de una familia sencilla, de un barrio europeo tranquilo y tenía la misma educación y candidez que cualquier otra chica. Tal vez eso precisamente era parte de su enorme fuerza, aquella joven era como cualquier otra adolescente de dieciséis años de su tiempo, aunque, en el fondo, tras su carita dulce, ocultaba una energía y una determinación casi inhumanas.
En principio, nada hacía prever que un ser aparentemente tan frágil y tierno como aquel sería finalmente una de las personas más influyentes del mundo, dejando una huella que nunca se borraría.
Todo empezó cuando, sin decir nada a sus padres, advirtió reiteradamente a sus amigos que el mundo iba mal, muy mal. Pensó, escribió para sí, y finalmente se atrevió a decir en público lo que surgía de lo más profundo de su tierno corazón. “El mundo se dirige irremisiblemente a su final, salvo que todos cambiemos de actitud de inmediato”, ese era su principal mensaje.
No tardaron en quedar impresionadas las autoridades, que, lógicamente, temen siempre los cambios, por pequeños que sean. Con ella llegó por tanto la polémica a nivel global. En pocos meses el mundo se dividió entre los que la adoraban y los que la rechazaban con furia.
Su discurso, lleno de una sabiduría impropia de su tierna edad, llevó a millones de personas a crear un movimiento global que sería imparable, un movimiento que la apoyó siempre, sin condiciones.
El mundo iba mal, eso era evidente para todos. Ella, pese a ser sólo una niña, proponía una solución y una rectificación de rumbo para la humanidad. Precisamente eso, una propuesta de cambio era lo que la gente necesitaba oír en ese momento. Su mensaje caló de inmediato en millones de corazones porque su propuesta, sincera y pura, provenía además de alguien libre de sospechas e intereses. El mundo necesitaba a alguien como ella, alguien valiente que diera esperanza al pueblo y señalara y se enfrentara, sin apartarles la mirada, a los demonios del mal.
Antes de cumplir los diecisiete años, no había en el mundo civilizado persona alguna que no supiera su nombre y opinara acaloradamente sobre el discurso apocalíptico de la niña de las trenzas. Unos a favor, otro en contra, eso siempre. Todo estaba polarizado y se antojaba irremisiblemente antagonista y extremo, como ella, como su mensaje.
La niña que cambió el mundo siguió fiel a sus ideales hasta que murió en 1879. El legado de la pequeña Bernadette Soubirous, conocida también como Santa Bernardita, sigue hoy en el recuerdo de miles de peregrinos que visitan gigantescos templos de piedra en su ciudad natal, Lourdes, donde todavía hoy su cuerpo permanece venerado e incorrupto.