El 15 de abril de 1912, el RMS (Royal Mail Ship) Titanic, orgullo de la industria marítima británica y en ese momento el barco de pasajeros más grande del mundo, chocó contra un iceberg y se hundió. El análisis de las circunstancias del accidente y el elevado número de víctimas dieron paso a la creación del SOLAS en 1915. Todo el mundo marítima sigue beneficiándose de ello a día de hoy. En el diseño de buques y en las normas de seguridad hubo un antes y un después del hundimiento del Titanic.
El naufragio del Bayesian, con muchas respuestas todavía desconocidas, tiene una causa inequívoca: una tormenta de potencia excepcional que incluyo trombas marinas. El ser humano occidental del siglo XXI quiere respuestas inmediatas para todo. Todos los que creen tener experiencia y conocimiento para comentar sobre un accidente de este tipo se ponen a trabajar, especialmente en las redes sociales, explicando su visión de lo que sucedió y lo que debería haber hecho el capitán, elaborando teorías dañinas que solo las personas ignorantes sostendrán.
Estamos hablando aquí de la naturaleza, un fenómeno meteorológico de fuerza casi completamente desconocida que no se describe con tanto efecto en ningún libro de texto, ni náutico ni marítimo. Es algo nuevo para todos nosotros, parte del cambio climático al que todavía no le rendimos el respeto que se merece. Y sabemos que sólo el capitán y los supervivientes que sufrieron el naufragio de primera mano, saben, o al menos sienten, qué y cómo sucedió. El resto son conjeturas muy bien fundamentadas.
Mencioné el Titanic y el Convenio SOLAS como resultado para la prevención de nuevos desastres marítimos. ¿Deberían los diseñadores y las empresas de ingeniería de yates sentarse y encontrar una manera de incorporar, en el diseño de veleros, características que podrían evitar que un yate sea tan vulnerable al clima extremo, o deberían los capitanes adoptar una actitud nueva y más cuidadosa hacia cierto mal tiempo extremo, como nueva realidad posible?
El capitán Catfield, la tripulación y los huéspedes fueron atrapados por este fenómeno de fuerza desconocida en el momento más débil de un ser humano: de 3 a 4 de la madrugada. Esto es un hecho comprobado, por eso se realizan ataques militares a esa hora. Los invitados estaban profundamente dormidos. El yate vuelca y, como se sabe ahora, muchos de los huéspedes quedan atrapados en sus camarotes. Los buzos italianos, con un tiempo de inmersión limitado debido a la profundidad a la que se encuentra el yate, dicen que es muy difícil llegar a los camarotes de los huéspedes debido a la cantidad de muebles y elementos sueltos ocasionados por el vuelco.
Anteriormente, en este artículo culpé a las personas por juzgar sin conocimiento. En 1979 me sumergí a un yate de 25 metros hundido cerca de Spelonk Point, Bonaire, a 35 metros de profundidad. Teníamos el margen de 10 minutos antes de tener que volver a la superficie. Afortunadamente no hubo víctimas, pero quedé encerrado en una cabina porque los muebles se soltaron y al flotar bloquearon la puerta por donde había ingresado. Tardé más de 10 minutos en poder abrir la puerta y escapar. Sé de lo que estoy hablando.
La justicia, los seguros y los expertos marítimos investigarán este accidente y llegarán a conclusiones serias y oficiales, pero en este caso, cuando la naturaleza decidió mostrar su poderío con una fuerza aún desconocida para nosotros navegantes, esas conclusiones no serán más que hipótesis fundamentadas. La naturaleza nos ha dado otro (brutal) aviso, y este nos toca de cerca. Recordemos que el mar no nos sirve, sino que sólo nos tolera.