Cada primavera, uno o dos polluelos de cernícalo, Xorigué o también llamado halcón de las torres, cae en mi jardín. Algunos hemos salvado, otros no. Una amiga bióloga me ha explicado que, pese a ser una de las aves más rápidas, agresivas y astutas, el cernícalo tiene un gran enemigo: sus hermanos. Al parecer, para tener más sitio en el nido, y más comida en el reparto, los más fuertes empujan al vacío a los más débiles. Se supone que es un mecanismo de la naturaleza para que los fuertes se perpetúen como especie. Es la ley de la selva en mí jardín.
Puede parecer que no estoy hablando de náutica, pero sí lo estoy haciendo. Bueno, más que de náutica, estoy hablando de la condición humana, todavía salvaje y primitiva en muchos aspectos.
El caso es que, en especial desde hace unos cinco o seis años, me siento como un polluelo pequeño y desvalido frente a mis hermanos mayores.
Especialmente en la navegación estival, subrayo estival, en la Bahía de Palma rige la ley del más fuerte. Los yates grandes avasallan a los más pequeños, nadie respeta las preferencias, nadie muestra cortesía marinera y educación, o casi nadie. Muy triste, muy primitivo y salvaje. Es la ley de la selva en mí bahía.
Ya sé que estáis pensando en los grandes yates patroneados por extranjeros, y ciertamente es así en su mayor parte. Aunque a ellos les perdono la bravuconería por su enorme ignorancia. Sin embargo, me duele, me parte el alma, cuando los abusones son los supuestos “profesionales”, los hermanos mayores del mar. Empezamos por los Prácticos del Puerto de Palma, que no cumplen nada sobre la velocidad o la preferencia, eso no va con ellos. Seguimos con la patrullera de la Guardia Civil, que pasa todo el tiempo a 30 nudos por la Bahía. Otros que no respetan nada son los pescadores profesionales, en especial en su regreso a puerto cada tarde a las 17h, arrasando con todo. Sin mencionar socorristas playeros, monitores de esquí acuático, motos de agua, golondrinas y otros capitanes supuestamente “profesionales”. Y lo peor de todo, y me pasó a mí hace dos veranos, una patrullera de la Armada Española, que no respetó la norma marinera más básica de “barco que alcanza maniobrará sin tardanza”, lanzándome literalmente sobre la costa.
Y no veo solución para este problema, de igual modo que no puedo imaginar a un polluelo de cernícalo intentando dialogar y razonar con sus hermanos mayores. Porque tras este simple artículo de opinión libre y sincera no me llamará nadie de la Armada, la Guardia Civil, los Prácticos o de los pescadores profesionales para interesarse por el problema o mostrar propósito de enmienda, en todo caso me llamarán para abroncarme por desprestigiarlos públicamente. No me lo perdonarán, porque, además, esos “hermanos mayores”, se creen intocables.
Mi caída al vacío se acerca, me temo.