El domingo pasado tuve el honor de ser invitado a la gala anual del Club de Investigaciones y Actividades Subacuáticas (CIAS), entidad que cuenta entre sus varios ilustres miembros con el tricampeón mundial de pesca submarina Pep Amengual, quien, además de leyenda del deporte, tiene la inmensa fortuna de ser el marido de Loreto Mera, mujer generosa y carismática a la que todo el mundillo de la pesca recreativa mallorquina quiere y respeta. Ambos fueron homenajeados en un acto sin boato pero lleno de emoción. El artista Carlos Terroba, algunas de cuyas espectaculares obras pueden contemplarse en el hotel Artmadams (se lo recomiendo), le regaló a Loreto uno de sus corazones de metal y a más de uno, entre los que por supuesto me incluyo, se le humedecieron los ojos.
A estas alturas de la vida, habiendo dejado por la popa la encrucijada de los 50, nada aprecio más que la belleza y la honestidad. Me gusta la gente auténtica, sin dobleces. Por eso me siento muy a gusto con mis viejos amigos de la pesca submarina, mujeres y hombres genuinos, pioneros de la exploración de las profundidades (de ahí la “i” del CIAS) y grandes apasionados de la mar. Como yo.
No hay un solo mallorquín de mi generación que no sepa quién es Pep Amengual. Recuerdo a mi padre, a quién jamás vi sumergirse en el mar por encima de la cintura, narrar las hazañas del “mejor submarinista del mundo”. Que un paisano pudiera destacar internacionalmente en lo suyo, fuese lo que fuese, era un motivo de enorme orgullo.
Entonces no teníamos a Nadal, pero todos habíamos oído hablar del ciclista Timoner, del pescador Amengual e incluso del luchador Oliver, el “Coloso balear”. Hoy sería imposible que un deportista de una disciplina minoritaria pudiera alcanzar ese nivel de celebridad. Pero, bueno, no quiero regodearme en la nostalgia. Cada época tiene sus héroes y está bien que así sea.
No voy a ocultar, sin embargo, que el otro día sentí una cierta tristeza al comprobar lo sola que se ha quedado la gran familia mallorquina de la pesca submarina, sin apenas cobertura mediática y asediada desde dos poderosos frentes: por un lado, la administración pública, con su brunete legislativa y su milonga de las reservas de interés pesquero, y, por otro, todas esas asociaciones ecologistas al servicio bien remunerado del relato oficial.
¿Cómo aquellos atletas que en su día formaron parte de la cultura popular han podido caer en el ostracismo? ¿Qué ha ocurrido para que la admiración que despertaban se haya transformado en indiferencia, incluso en animosidad? Supongo que, como con todo en la vida, no existe una sola causa. La sociedad ha cambiado mucho desde la fundación del CIAS en 1973. Cosas que entonces interesaban han dejado de hacerlo y con otras ha ocurrido justo lo contrario.
Pero no se puede ignorar que la pesca submarina ha sido objeto de una campaña de criminalización feroz desde que Joan Mercant, pescador profesional en excedencia, se hizo cargo de la dirección general de Pesca en Baleares. No soy experto en la materia (no lo soy en ninguna, la verdad), pero a mi discernimiento le ha chirriado siempre mucho que quienes se dedican a arrastrar redes por el lecho marino, arrasando indiscriminadamente todo cuanto encuentran a su paso, anden quejándose de los daños medioambientales que puede causar un submarinista en apnea. Sería para tomárselo a risa si la idea, a base de repetirla un día sí y el otro también, no hubiera calado en el inconsciente colectivo y los aficionados a la pesca submarina no fuesen hoy poco menos que unos apestados sociales.
Y no me vengan con el cuento de que un furtivo ha vendido un mero en un restaurante. Sé distinguir lo sustancial de lo accesorio, y tengo ya la experiencia vital suficiente como para que un político con evidentes intereses en el sector y unos cuantos vividores de la sostenibilidad vengan a endosarme la parte por el todo. Un poco de respeto, por favor. Hace mucho tiempo que dejé de chuparme el dedo.
La penosa realidad es que mis amigos los pescadores submarinos han sido arrinconados. El gobierno autonómico y sus terminales clientelares han conseguido que la sociedad los vea con malos ojos. Era su objetivo desde el principio y no han escatimado mentiras ni hipérboles ni dinero para alcanzarlo. Pronto, si no espabilan, ocurrirá lo mismo con el conjunto de los navegantes, cuyo crédito social cotiza a la baja desde hace más de una década.
¿Es injusto? Sí, mucho, por eso hay que defenderse. Y por eso hay que hacerlo cuando aún hay tiempo y con contundencia. Si es usted aficionado a la navegación y no concibe la vida sin disfrutar de la libertad que el mar le proporciona, debería tomar nota del caso de la pesca submarina. Está el siguiente en la lista.