Baleares es una de las comunidades autónomas más castigadas por la crisis derivada de la pandemia de coronavirus. Ello se debe a la gran dependencia que la economía balear tiene de del turismo, cuya actividad se ha visto prácticamente paralizada. Los hoteles han estado cerrados la mayor parte del tiempo desde que se declaró el estado de alarma, y un sector tan importante como el de los cruceros ha caído un 90%. Mallorca ha pasado de recibir 1.700.000 turistas de cruceros en 2019 a 150.000 este año. Y no parece que la situación vaya a mejorar a corto plazo.
El sector náutico ha sido uno de los pocos que ha podido mantener una parte de su actividad. Los astilleros de mantenimiento, salvo los 15 días de confinamiento total, han seguido trabajando; el chárter tuvo una temporada similar a la del año anterior, pero solo el mes de julio; los puertos deportivos han perdido alrededor de la mitad de su tránsito, aunque han seguido facturando los amarres de base, donde se espera a corto medio plazo un aumento significativo de la morosidad.
En este contexto ya han aparecido algunos políticos diciendo que, dado que la náutica “funciona”, no requiere ninguna ayuda; es decir, que, como no ha tocado fondo, puede seguir sometida a la fuerte carga fiscal que la caracteriza e incluso se pueden implantar nuevas tasas, como la que estrenó el pasado julio, en plena pandemia, el subsector de la reparación.
La conocida miopía de nuestros gobernantes se acentúa en cuanto miran al mar. Porque, me pregunto, ¿no sería más lógico fomentar mediante exenciones fiscales o moratorias parciales de cánones el único sector que ha demostrado que puede hacer frente a una crisis como la que estamos viviendo? ¿No deberíamos apostar por esa tan cacareada economía azul y fomentar el acceso de nuestros jóvenes a las diversas profesiones que ofrece nuestro sector?
Baleares se ha dado de bruces abruptamente con las consecuencias de un modelo basado en el monocultivo del turismo y es preocupante que en lugar de buscar alternativas realistas, como la náutica, donde tanto tenemos que ofrecer, nuestros gobernantes ya hayan decidido que seguirán dándole la espalda al mar, un espacio por el que, a pesar de vivir en un archipiélago, jamás se han interesado.