El rorcual común (Balaenoptera physalus) es la ballena más común en el mar Mediterráneo y, después de la ballena azul, es el animal más grande que ha existido nunca en el planeta Tierra.
El tamaño del rorcual común residente en el Mediterráneo es similar al de las poblaciones del Océano Atlántico. Pueden alcanzar los 24 metros de longitud y un peso de hasta 90 toneladas. En el Mediterráneo hay una cantidad de ejemplares estable entre las Islas Baleares y el mar de Liguria, una población que parece sana y que va en aumento desde la prohibición de su pesca en 1986. Hoy ya no se cazan, pero las prospecciones petrolíferas sónicas, los plásticos y las basuras flotantes, el cambio climático y el tráfico marítimo son sus grandes enemigos.
Se cree que en el Mediterráneo Occidental viven cerca de 5.000 individuos, según la asociación científica Cetácea. Su distribución no es regular, sino que presenta ciertas áreas donde su abundancia es mayor. La región comprendida entre el Golfo de León, el noroeste de Córcega, Cerdeña y la costa de Liguria es la zona de mayor presencia del rorcual.
Si en verano la población se concentra en el mar de Liguria, la distribución de esta especie los meses de invierno no es tan clara. Parece que algunos permanecen todo el año en esa zona mientras que otros van hasta el área que rodea Lampedusa, algunos migran al Atlántico y otros grupos viajan hasta las proximidades del Mar de Alborán, entre la península ibérica y la costa norte de África. Estudios acústicos realizados recientemente han probado científicamente que durante los meses de primavera y de otoño muchos grupos de rorcuales realizan movimientos migratorios pasando por el este o el oeste de Mallorca.
En las Islas Baleares es posible verlos en aguas abiertas, con suerte y mucho ojo, viajando en solitario o pequeños grupos. Nadan a gran velocidad, ya que es la ballena más rápida del planeta, una característica que la libró de los balleneros hasta la invención del barco a vapor.
Al ser una especie protegida, está totalmente prohibido acosarlas con una embarcación. Si tenemos la suerte de verlas, normalmente lo primero que observaremos es su chorro de respiración, de hasta seis metros de altura. Lo prudente es mantener nuestro rumbo y velocidad, no aproximarse bajo ningún concepto ni cambiar nuestra dirección. Seguirlas podría provocar que se dispersaran y perdieran a sus crías. Es frecuente que las más jóvenes, muy curiosas e inteligentes, se quieran acercar a observarnos a nosotros. En ese caso, se puede parar el motor o bajar velas y dejar que interactúen a su antojo. Pese a estos encuentros fugaces, lo normal es que nos ignoren y sigan su migración sin prestarnos atención, pero ha ocurrido que una joven ballena sigue durante varios minutos a un velero para poder observarlo de cerca. Hay que estar muy atentos al horizonte, con suerte un día oiremos a nuestros tripulantes gritar: «Por ahí resopla».