En un reciente artículo de la Gaceta Náutica dedicado a criticar el borrador del Plà de Ports de les Balears del Govern, el periodista José Luis Miró aprovecha -¿cómo no?- para darles el correspondiente capón a los ecologistas, que pasaban por allí. No es nuevo. Pero de nuevo, sus argumentos no se correspondan con la realidad. En este caso, se acusa a las “grandes organizaciones conservacionistas” de “suspirar por los motores eléctricos movidos por energía solar, pero de jamás haber llevado a cabo una campaña fomentando la vela”. Se equivoca. Totalmente. El redactor incluso admite que “asume el riesgo de equivocarse”. Pero de todas formas lo publica, la gente lo lee y lo comenta. Y así se escribe la historia.
Dos de las organizaciones que he tenido el honor de dirigir se han movilizado claramente por el uso de la propulsión eólica desde hace por lo menos cuarenta años, mucho antes de que el cambio climático y la necesidad de reducir las emisiones de CO2 fuera tema de preocupación generalizada.
Cuando, a principios de los años 80, Greenpeace era una modesta organización con recursos muy limitados, ya se preocupó de aplicar sus principios a sus prácticas. Convirtió un viejo arrastrero escocés de 40 metros, construido en 1955, y que le había sido donado por WWF, en el “Rainbow Warrior”, un buque de campaña con propulsión mixta, añadiéndole dos palos y un aparejo queche con 620 m2 de velas. Con ese barco se navegó por el Pacífico y se ayudó a poblaciones de la Micronesia que habían sido contaminadas por pruebas nucleares de los EEUU a reubicarse, con todos sus enseres, en otras islas no afectadas por la radiación.
El buque ecologista fue finalmente objeto de un atentado terrorista por parte del gobierno francés, que lo hundió en 1985 en el puerto de Auckland, Nueva Zelanda. Buceadores de los servicios secretos detonaron dos minas magnéticas en su casco. En el ataque murió uno de los tripulantes, el fotógrafo Fernando Pereira. Los franceses pretendían impedir que el “Rainbow Warrior” liderase una “flotilla por la paz” compuesta por un centenar de veleros de Australia, Nueva Zelanda y algunos otros microestados de la Polinesia navegasen hasta el atolón de Moruroa para situarse en la zona en que Francia iba a llevar a cabo una serie de explosiones nucleares. El “Rainbow Warrior” quedó inutilizado, pero otro velero de la organización, el “Vega”, le reemplazó en esa misión.
Muchos años antes, en 1972, el “Vega”, un queche de 12 metros, ya había obstaculizado otra serie de pruebas nucleares francesas en solitario, y había sido atacado y confiscado por los militares.
Con la indemnización a que fue condenado el gobierno de Mitterrand por el atentado, Greenpeace adquirió un nuevo arrastrero de hierro, esta vez de 55 metros de eslora, y volvió a convertirlo en un velero, esta vez de tres palos, aparejado como goleta. Con este barco se hicieron campañas en todos los grandes océanos y en el Mediterráneo. En 2011, el “Rainbow Warrior II” fue cedido a la ONG Friendship, que lo convirtió en un hospital flotante para Bangladesh.
Esta vez con más medios, en el 2012 Greenpeace construyó en Polonia y Alemania su “Rainbow Warrior III”, una goleta motorizada de 58 metros de eslora y 838 toneladas, de alta tecnología. Dispone de dos mástiles en A, de 55 metros de altura, cuya resistencia permite desplegar 1.290 m2 de superficie en cinco velas que llegan a impulsar al barco a 15 nudos. Este buque no es sólo ejemplar en su propulsión, sino que incorpora los sistemas más avanzados desde otro tipo de requerimientos medioambientales, como gestión de residuos, uso de pinturas, generación de energía y tratamiento de aguas. Tiene 4.500 millas de autonomía.
Greenpeace mantiene sus únicos dos barcos sin propulsión a vela, el “Artic Sunrise” y el “Esperanza” para trabajar en aguas de la Antártida y el Ártico principalmente.
Mucho más cerca, en aguas de Baleares, Greenpeace operó durante los años 90 el “Zorba”, un queche de 18 metros y diez plazas. A lo largo de más de una década fue utilizado diariamente para mostrar a miles de socios de toda España, en navegaciones que duraban una semana, los principios de la navegación a vela y de la gestión responsable de las embarcaciones. También se llevaban a cabo operaciones de limpieza de playas, rescates de animales marinos enganchados en residuos flotantes y visitas al Parque Nacional de Cabrera y a otras áreas marinas protegidas.
En cuanto a la otra “gran organización conservacionista” marina con la que he tenido relación, desde el nacimiento de Oceana se tuvo claro que sus campañas se llevarían a cabo principalmente desde veleros. El “Ranger”, buque emblemático de 21 metros de eslora, es uno de los mayores catamaranes de dos palos del mundo. Su construcción es de aluminio, con aparejo queche, botado en 1986 y reacondicionado por Oceana en el 2000. Navegó desde California a Mallorca en el 2002, y desde entonces ha estado llevando a cabo largas expediciones de conservación marina, principalmente en el Mediterráneo.
En otro orden de cosas, ambas organizaciones han promovido desde hace más de 20 años la incorporación a la flota comercial de todo el mundo de asistencia eólica a través de velas auxiliares. A raíz, entre otras cosas, de esas campañas y de la divulgación de esa tecnología, gradualmente se va extendiendo la misma a cargueros de todo tipo y tonelaje en todo el mundo, lo que produce ahorros en combustible y emisiones de alrededor de un 20%. Esa flota es responsable del 60% de las emisiones náuticas de CO2.
¿Le sigue pareciendo al periodista que los conservacionistas no somos sensibles a la navegación a vela? Toda esta información está disponible, si se busca. Pero naturalmente, es más fácil aprovechar cualquier circunstancia para intentar desacreditar a sectores sociales con los que, obviamente, no se simpatiza.
Aunque haya que ser inexacto, por lo menos. Una cosa distinta es que los ecologistas estén dispuestos a que, en aras distintos argumentos y por parte de distintos lobbies económicos se continúe consumiendo territorio terrestre o marítimo y deteriorando el litoral en unas islas que ya han dado de sí mucho más de lo que debían. ¿Dónde estaría el límite, si es que lo hay? ¿Hasta dónde querrían llegar?