Derrame contaminante de aguas de sentina.
El agua de la sentina puede matar. Esta afirmación no es una hipérbole. Es real y está documentada a lo largo de la historia de la navegación, desde la antigüedad hasta nuestros días. No es frecuente que ocurra, pero tampoco es descabellado. La reacción química que convierte el agua acumulada en la parte baja de los barcos en un líquido tóxico capaz de emitir gases mortales es algo que puede producirse con relativa facilidad si fallan los sistemas de ventilación.
La sentina está en el fondo del barco, solo por encima de la quilla. En los navíos antiguos recibía el nombre de caja de aguas. Allí, por efecto de la gravedad, se acumulaban todos los fluidos procedentes de las cubiertas superiores. Y, claro, con el paso del tiempo y las altas temperaturas, aquel líquido estancado terminaba por transformarse en una sopa pútrida con restos de maderas corrompidos, ratas muertas, insectos, excrementos y otras lindezas. Para entendernos, la sentina es la fosa séptica de los navíos y por ello es necesario airearla y vaciarla con regularidad.
La evacuación ya en los antiguos buques mercantes y de guerra se llevaba a cabo mediante bombas, y no estaba exenta de riesgos si se producía algún incidente durante la maniobra y se requería la presencia de operarios en la caja de aguas.
Esto fue lo que le ocurrió a un navío de la Armada española del siglo XVIII llamado Triunfante, cuando el sistema de achique se quedó atascado y se solicitó la intervención de los calafates para que trataran de reparar la avería.
FULMINADOS
Tan pronto se abrió la escotilla que daba acceso a la sentina, y como consecuencia de haberse removido las aguas negras, cayó fulminado el primer marinero. Era tal la toxicidad del aire procedente del fondo de la nave que el hombre se precipitó de cabeza al pozo negro. Un compañero que acudió en su auxilio tuvo la suerte de desplomarse de espaldas sobre la cubierta y, medio inconsciente, logró arrastrarse en busca de ayuda. Otra media docena de tripulantes que trataron de rescatar a las dos primeras víctimas perdieron el conocimiento al instante y, según recoge la crónica del suceso, cuatro de ellos perecieron del mismo modo que el primer malogrado calafate.
Los cinco cadáveres fueron recuperados después de ventilar la sentina y purificar el aire. Los marinos supervivientes que habían inhalado los gases tardaron semanas en recuperarse.
Un accidente con idéntica causa se produjo en junio de 2012 en Gran Canaria, donde la experimentada patrona de un catamarán turístico de lujo perdió la vida tras caerse dentro de la sentina. Le ocurrió exactamente lo mismo que al calafate del Triunfante. Abrió la trampilla, perdió el conocimiento y se precipitó al interior. Los dos marineros que corrieron en su auxilio se desmayaron en cuestión de segundos por la inhalación del aire corrompido, pero tuvieron la fortuna de salvar la vida. Uno de ellos también fue a parar al fondo de la caja de aguas.
CULPA DE UN MANGUITO
La investigación de la policía científica de la Guardia Civil confirmó que la causa del accidente fue la rotura del manguito de aspiración de la bomba de achique, encargada de vaciar regularmente los residuos acumulados en la fosa séptica de la embarcación. Habían bastado unos días sin que la sentina se purificara para que, según los responsables de las pesquisas, se produjese una concentración de ácido sulfhídrico “letal para la vida”.
En efecto, el gas asesino de las sentinas se llama ácido sulfhídrico (H2S). Es inflamable (doblemente peligroso, por tanto), incoloro, altamente tóxido y odorífero, pero no siempre. Huele a materia orgánica en descomposición, a huevos podridos, y se generar en condiciones anaerobias por la putrefacción de materia orgánica; es decir, en lugares confinados y sin ventilación, como las sentinas del Triunfante o el catamarán de Gran Canaria.
EL ÁCIDO DE LAS CÁMARAS DE GAS
El ácido sulfhídrico es extremadamente nocivo. Una proporción de 20-50 partes por millón en el aire es suficiente para provocar la muerte de un ser humano. Su alto grado de toxicidad es homologable al del ácido cianhídrico, gas que utilizaban los nazis en los campos de exterminio.
En el caso de Gran Canaria “había una concentración de 56 partes por millón”, según explicó en su día el jefe de los bomberos de la isla, quien consideró “milagroso” que los dos marineros lograsen salvar la vida.
El H2S se huele a bajas concentraciones en el aire. Sin embargo, cuando supera ciertas proporciones, puede llevar a la anulación de la capacidad olfativa y a no detectar el peligro que conlleva, actuando como un rápido y silencioso asesino.