Excursión Palma-Cabrera: cómo aprovechar al máximo un día de mar

Nos recogen en Palma, nos llevan por la costa sur de Mallorca, visitamos el parque nacional y nos relajamos en la playa de la Colònia de Sant Jordi.

El Mallorca Explorer de Cruceros Cormorán con el castillo de Cabrera al fondo. Fotos: L.F.

La excursión marítima desde Palma a Cabrera de Cormorán nos pareció una excelente idea, pero enseguida nos preguntamos por qué no la había montado nadie con anterioridad. La mayoría de travesías al parque nacional zarpan desde la Colònia de Sant Jordi, aprovechando que se trata de la localidad costera más meridional de Mallorca y, por tanto, la más cercana al subárchipielago de Cabrera. Palma está a bastante distancia del destino, sobre todo si uno no está familiarizado con el mar. No sé, no se…

Recorrer 30 millas en una embarcación turística se puede hacer pesado. Sin embargo, la empresa Cruceros Cormorán nos propone algo novedoso, que nos hace replantearnos nuestro recelo inicial: un recorrido en embarcación rápida por la Bahía de Palma, la costa sur de Mallorca, visita a Cabrera, regreso a la Colònia de Sant Jordi y  vuelta a Palma en autocar. Todo por 79 euros (60 con la oferta de lanzamiento de iNautic.eu introduciendo el código de descuento iNautic01).

Aceptamos la invitación de Cormorán para su trayecto piloto y, aunque siempre hay cosas que se pueden mejorar, en general pasamos un día magnífico disfrutando de algunos de los mejores encantos de la Isla de Mallorca. El trato de la tripulación fue exquisito y, muy importante, se cumplieron los horarios previstos a rajatabla, algo muy meritorio si se tiene en cuenta que era la primera vez que realizaba el trayecto.

Nos convocan a las 08.45 horas en la Escalera Real del puerto de Palma, en el mismo corazón de la ciudad marítima, frente al edificio gótico de La Lonja y junto al muelle pesquero. Zarpamos puntuales quince minutos más tarde. El recorrido hasta la bocana tiene ya un cierto interés para quien no conozca la ciudad y le gusten los barcos de lujo. La embarcación de Cormorán atraviesa los pantalanes de dos de los clubes náuticos más importantes de España (el Real Club Náutico de Palma y el Club de Mar Mallorca) y de los varaderos Astilleros de Mallorca y STP, donde vienen a ponerse a punto algunos de los grandes yates más espectaculares del Mediterráneo.

Ya en mar abierto, habiendo dejado atrás la vista del Castell de Bellver y con la Catedral por el través, ponemos rumbo directo a los acantilados del extremo oriental de la Bahía de Palma. De buena mañana, con el sol todavía bajo, nos damos el primer baño del día en el Cap Enderrocat, en una zona de fondos arenosos y aguas cristalinas. Una auténtica gozada. Cormorán facilita equipos de snorkel (máscara de buceo y tubo) a quien no lleva el suyo. Hay que obligar a los niños a volver a bordo; si llega a ser por ellos, se quedan ahí nadando todo el día.

Seguimos nuestra travesía costeando Mallorca bajo los acantilados del Cabo Blanco, la punta que marca el límite de la Bahía de Palma. Nuestro siguiente destino es Cala Pi, una preciosa ensenada de aguas turquesas vigilada por una de las decenas de antiguas torres de defensa que rodean todo el litoral, y que en su día servían para alertar de las incursiones de piratas berberiscos. No nos bañamos porque hace muy poco que acabábamos de hacerlo y porque, antes de dar el salto a Cabrera, la tripulación de Cormorán nos tiene reservada una escala no anunciada y que, sin duda, es uno de los puntos fuertes de esta excursión marítima.

El tiempo que pasamos en S’Estalella, una vez superada Sa Punta Plana y el faro que la preside, es breve pero intenso. Pocos lugares de Mallorca se conservan tan bien y evocan mejor las esencias del Mediterráneo que esta diminuta bahía de fondos rocosos, en cuya costa se conservan, como espectros del pasado, las casetas de los pescadores que fueron los únicos habitantes de la zona hasta la construcción en 1970 del cercano Club Nàutic S’Estanyol.

No nos hemos dado casi ni cuenta y ya estamos a un tiro de piedra de Cabrera. Los temores iniciales sobre la pesadez de la travesía se han esfumado. Hay que decir, no obstante, que la meteorología nos está ayudando mucho: mar plana, cielo despejado y temperatura razonable. No todos los días son así. Lo recomendable antes de una travesía marítima es consultar el parte en cualquier de las aplicaciones que hoy en día ofrecen previsiones fiables. Nuestra favorita, por su facilidad de uso y visualización, es Windy, que nos da idea de lo que nos podemos encontrar a tres días vista.

La travesía al subarchipiélago de Cabrera pasa en un suspiro. Nos enfrascamos en una conversación con el vecino de asiento y, de repente, aparece por la proa la silueta del castillo que anuncia nuestra pronta llegada al puerto del parque nacional. Desembarcamos en un pequeño muelle y una vigilante, muy amable, nos advierte de que estamos en una zona de alta protección donde debemos ser muy respetuosos con las normas. Básicamente hay tres: no salirse de los senderos, no dar la paliza a la fauna autóctona con altavoces bluetooth y no tirar basura.

Aquí voy a ser un poco crítico con los gestores de Cabrera. La segunda función de un parque nacional, por encima incluso de la investigación científica, es el disfrute de los ciudadanos. No es de recibo que el castillo se encuentre clausurado por normas Covid que parecen bastante extemporáneas (esta excursión se realiza cuando ya se ha levantado la obligatoriedad de mascarillas al aire libre y la población más vulnerable ha sido vacunada) ni que el museo esté cerrado en sábado y cuando hay programados al menos tres desembarcos de visitantes. Las normas han de ser estrictas y proporcionales. No parece el caso. Espero que esta situación se normalice en un corto plazo.

En Cabrera, al margen de visitar las dos atracciones cerradas, el monumento a los franceses,  hacer la mitad de una excursión al faro de su costa sur o darse un baño en la playa, hay poco que hacer. Esto no quiere decir que la experiencia no sea intensa. Pocos lugares del Mediterráneo ofrecen la visión de una naturaleza más salvaje. Y un silencio más sobrecogedor, sólo interrumpido al mediodía por el canto de las cigarras. Vale la pena recorrer la mitad del camino al castillo para tener una vista panorámica del puerto. Si el sol no te derrite el ánimo, puedes andar por la carretera de la playa y darte una vuelta por los antiguos barracones militares, hoy reconvertidos en alojamiento de los vigilantes del parque. Otra opción para los siempre respetables perezosos es quedarse en la cantina, departiendo con los personajes que la habitan. Cabrera es rica en leyendas e historias truculentas desde que fue el presidio de los franceses derrotados en la batalla de Bailén.

Hora de regresar. Esto ocurre en el momento en que unos ya se  han adaptado al tempo sosegado de Cabrera y otros suspiran por regresar a la civilización. Embarcamos y en menos de cinco minutos hacemos parada en la cueva azul, la gruta marina más famosa del parque por el intenso color de sus aguas.

El regreso a la Colònia transcurre como la ida: “Vaya, ya hemos llegado”. Nos bajamos en la playa del Marqués, que no es otra que la continuación de Es Trenc. Tenemos dos horas de tiempo libre, hasta las 17.15, antes de que un autocar nos recoja y nos lleve al punto de partida, en Palma, o en el caso de los turistas extranjeros, a su hotel de residencia. En la Colònia hay seguramente mucha oferta de ocio, pero empezamos a presentar síntomas de ese cansancio tan agradable que dejan el mar y el sol, así que nos tumbamos a la bartola en la arena y tratamos de no pensar en nada. Estamos relajados, señal de hemos pasado un gran día.

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