Un pescador submarino seleccionando una presa. Foto: pecesmediterraneo.com
Serían cerca de las cuatro de la tarde cuando, ansioso y con un brillo especial en los ojos, bajaba las escaleras del apartamento que teníamos alquilado en Cala Figuera de Santanyí. L’amo En Tomeu ya había desembarcado tres de las cinco cajas de pescado capturado durante su larga jornada. Yo, a su lado, intentaba colocar las colas de aquellos preciosos animales en el interior de los cajones de madera y así impregnarme de su peculiar olor. L’Amo En Tomeu sonreía.
Salmonetes, algunas arañas de cap negre, escórporas, dos enormes cabrachos tan rojos como una puesta de sol y el luminoso colorido de algún dentón capturado a última hora me hacían percibir el mar y la pesca como un mundo fascinante y de fantasía inalcanzable.
Algunos de ustedes podrían pensar que aquella sensación no era más que una mera curiosidad pueril. Transcurridos muchos años desde entonces, estoy convencido de que era mucho más: se trataba de amor, el amor que l’amo En Tomeu sentía por la pesca, por su querido mar, y que lentamente, a su manera, me fue inculcando.
Un llaüt de apenas cuatro metros de eslora, un pequeño trasmallo, algún palangre de escasos cincuenta o sesenta anzuelos, algunos volantines y muchas horas de agua, conformaban lo que en aquellos días se denominaba correctamente pesca artesanal.
Pasados los años, aquellos auténticos ecologistas que preservaban el mar y defendían sin percatarse el Medioambiente, l’Amo en Tomeu, l’Amo en Pere y tantos otros pescadores artesanales, perecieron y, con ellos, desapareció la pesca artesanal.
Desde mi punto de vista, algunos dirigentes políticos dicen que aman y se preocupan por el mar, aseguran que defienden los ecosistemas marinos, la pesca artesanal y el medio ambiente, pero sus actos demuestran la existencia de, cuando menos, unos intereses inconfesables.
Hace unos días leía la entrevista realizada por Gaceta Náutica a nuestro Director General de Pesca, Joan Mercant, y se confirmaron mis peores temores.
Argumentaba el Sr. Mercant, y transcribo textualmente, que “ser selectivo no es que pueda elegir a quién mato. Ser selectivo es no poder matar a una serie de peces”. Y a continuación añadía: “Que tú puedas elegir lo que pescas no es selectividad”. Intentaba de esta manera defender aparejos como el arrastre o la pesca de artes menores, desde mi punto de vista mal llamada “artesanal”.
Debería el señor Mercant aplicarse en la elección de los vocablos y conocer el significado de la palabra selectividad, cuyas dos acepciones -“función de seleccionar o elegir” o “cualidad de selectivo”- no coinciden precisamente con su particular definición.
No lo decimos nosotros, lo dice la Real Academia de la Lengua Española: elegir lo que uno pesca sí es selectividad.
Existe, por tanto, una “pequeña” diferencia entre su apreciación y la realidad, señor Mercant. Incluso la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) mantiene que la pesca con lanza y arpón es la más selectiva.
Por si no fuese suficiente, hace unos días apareció en sede parlamentaria nuestra consellera d’Agricultura i Pesca, Mae de la Concha, con un talante y un discurso demostrativo de un absoluto desconocimiento sobre la materia.
Veamos, señora de la Concha: si la FAO mantiene que la pesca con lanza o arpón es la más selectiva, no me negará que poca importancia deberemos darle a si ésta se practica desde superficie o debajo de ella. El hecho irrefutable es su selectividad. ¡Vamos, digo yo!
Es más, si me lo permite, le diré que, siendo practicante de este noble deporte desde hace más de 38 años, la pesca submarina (para que usted me entienda, con arpón y en apnea) aumenta más si cabe la selectividad, puesto que visionamos de frente y en su medio a la posible captura.
Pues bien, en la “loable” defensa a ultranza que ejerció a favor de su director general, a favor de la pesca profesional y de las reservas marinas de interés pesquero (quién sabe el porqué), olvida y relega al gran colectivo de la pesca recreativa, a navegantes y a todos aquellos ciudadanos que disfrutan de su pasión por el mar, a una total indefensión.
Cabe destacar que actualmente, directa o indirectamente, conformamos un colectivo aproximado de más de 150.000 personas que disfrutan o dependen de alguna actividad relacionada con el mar. Entiéndase: navegantes, pescadores recreativos, tiendas de náutica, mecánica naval…
¿Conoce usted el principio de proporcionalidad, señora de la Concha?
Le pondré otro ejemplo.
Según la información facilitada por las embarcaciones de la Conselleria de Medi Ambient, el 93% de los navegantes fondea correctamente, es decir, sin afectar a las praderas de posidonia. Sólo 62 actas han sido levantadas por fondear sobre ellas.
Queda claro entonces que no somos tan malos ni dañinos como ustedes han querido hacerle ver a la opinión pública.
Abusando de su confianza, ¿podría usted indicarnos cuántas actas deberían haber sido levantadas en contra de los emisarios, de los vertidos y del izado de redes de trasmallo por afectación de la Pradera de Posidonia Balear?
No creo que se detenga ni un instante a recapacitar o en respondernos. Al parecer está demasiado ocupada (junto con su Director General de Pesca) en discutir sobre semántica y neolengua aplicada a la pesca y en rebatir conceptos que vayan en contra de su postura, aunque puedan sus palabras perjudicar tanto al medio ambiente como a navegantes, a pescadores recreativos de superficie (con lanza o sin ella) y submarinos (con lanza o arpón.)
Pienso que redundar más en el tema sería de necios.
L’Amo en Tomeu estaría de acuerdo conmigo. Existe una “pequeña” diferencia o tal vez dos en toda esta historia. ¿No creen?