¡Hey! Este año no llegué a tiempo a Sant Jordi para darles la tabarra con los libros. Y no es que haya leído poco, pero han sido sobre todo libros técnicos que he usado para preparar las clase para los monitores de vela. De estos, les recomiendo dos: El correcto trimado del aparejo, de Peter Schweer (editorial Tutor), muy ameno y completo –ideal para hacer andar más el velero-, y Seguridad en las actividades náuticas, publicado por Salvamento Marítimo, que también se pueden descargar en PDF de la propia web y llevarlo en una tablet a bordo. Consejos antes de zarpar, durante la navegación y cómo actuar en caso de emergencia, además de recomendaciones en cualquier actividad náutica: windsurf, kayak o, simplemente, baño veraniego.
Aun así me ha dado para leer lo que más me gusta, historias de aventuras. El año pasado se publicó el primero de los tres volúmenes de los Cuentos completos de Jack London (editorial Reino de Cordelia). En total sumarán casi 200 cuentos ordenados cronológicamente y esto es lo importante: el señor London tiene tantos cuentos y se han publicado de tantas maneras que puedes leer la misma historia en tres libros distintos y no dar con otra nunca. No son todos marítimos, pero el primero de todos, el primer cuento publicado, es un relato de un tifón en la costa japonesa y sigue con un baño nocturno en la bahía de Edo donde un marinero borracho se gana el respeto llegando a nado a su barco. Voy leyendo cuentos de poco en poco para no acabar buscando a Malamute Kid con una traílla de perros por Alaska.
Sin salir de esta región, a quien sí he seguido la pista ha sido a Catherine Poulain con su libro Allí, donde se acaba el mundo (editorial Lumen), una señora que en su juventud dio media vuelta al mundo para acabar en la isla de Kodiak pescando fletanes, bacalaos y lo que le echaran. Las descripciones que hace son de una sensibilidad espectacular e incluyen pasajes como este: “Veintiséis pies, quilla esbelta para navegar por aguas profundas y un casco redondeado como el vientre de una chiquilla para aguantar la mar gruesa y ahusado con gracia hasta la roda”. ¡Quiero ese velero y ni si quiera lo he visto!
Para acabar, un librazo recién publicado, no llevo ni un tercio del mismo, Una història de la nàutica a Mallorca, de Bernat Oliver (Documenta balear). Sólo el glosario ya es de quitarse el sombrero, pero para llegar hasta allí hay barcos griegos, naves, cocas, carracas, jabeques, vapores, pailebotes, llaüts, bots, gussis y hasta Snipes, como el Canuto II, con el que navego Gonzalo Hevia, mi abuelo. Es increíble que una alícuota de la navegación me toque tan de cerca. Corran a comprar y leer este libro, todos –de una forma u otra– salimos en él.