
Si alguien sabe lo que es luchar contra viento y marea durante más de 45 años, es la Associació d’Amics del Museu Marítim de Mallorca. La navegación contra los elementos se remonta al año de su fundación, en 1978. Por ese motivo, Gaceta Náutica ha decidido este año compensar sus más de cuatro décadas de combate en defensa del patrimonio marítimo de Mallorca con el Premio Timón a la entidad más destacada de 2020.
La asociación se creó en 1978 con el objetivo de reabrir el antiguo Museo Marítimo de Baleares, cerrado por obras a principios de los años setenta, o que se le diera una nueva ubicación. El museo se había creado en 1951 y estaba en el Consolat de Mar, sede del actual Govern balear. Desde su cierre, los amigos del museo bregaban por recuperar una sede digna para exhibir un fondo que ya existía, pero que iba mermando día a día, como desvaneciéndose en el aire.
Según explica el presidente de la asociación, Manolo Gómez, “cuando cerró el museo a principios de los 70, había inventariadas 285 piezas, es cierto que entonces muchas se devolvieron a los dueños que las habían cedido, y el conjunto se redujo a 127, pero es que en un inventario que hicimos en 1986 ya solo quedaban 63 piezas”.
La Associación d’Amics del Museu Marítim, creada por la Liga Naval Española, el Estudi General Lul·lià y algunos particulares como Javier Pastor Quijada o Gabriel Rabassa, entre otros, insistió una vez tras otra ante las instituciones para recuperar una sede en la que pudiera disfrutarse la historia del patrimonio marítimo mallorquín. Ese mismo 1978 se les prometió que los antiguos cuarteles de ses Voltes acogerían el nuevo museo, pero al año siguiente el Ayuntamiento de Palma destinó el lugar a otros fines. Desde entonces, con una obstinación a prueba de frustraciones, han seguido reclamando de manera incansable una sede, año tras año, década tras década. Algunas veces les escuchaban, muchos alababan la idea, pero ningún político movió un dedo por llevarla a cabo.
Sin embargo, ellos no cejaban en la lucha. Ya en 1980 la asociación organizó la primera Mostra d’Arts de la Mar en la Lonja. También se organizaron ciclos de conferencias, muestras, proyectos educativos como el Aula de Patrimoni Marítim, siempre con el objetivo de difundir y concienciar sobre la importancia de preservar nuestra historia en el mar. Pequeñas satisfacciones que normalmente eran superadas por desastres patrimoniales como la decisión de la Junta de Obras del Puerto de hundir en medio de la bahía el Nuevo Corazón en 1986, uno de los dos últimos pailebotes que quedaban en Palma. Dos años después se dicta la misma sentencia de muerte para el último: el Cala Mondragó.
Una de las embarcaciones de la asociación almacenadas en las cuevas de Bellver. Foto: José Luis Miró
La memoria del antiguo museo original, que estaba desaparecida, fue localizada y recuperada casualmente por Carlos Blanes, entonces presidente de Sa Nostra, en los años ochenta en el Rastro de Madrid. Un documento único en el que constaba todo el inventario original de las piezas que había en el museo que se redescubrió solo por una casualidad.
La lucha por recuperar un museo parecía no tener fin. Se sucedían las proposiciones para conseguir una nueva sede, se habló de La Petrolera del Portitxol, el Baluard de Sant Pere, es Carnatge, la torre de Paraires, el edificio de Trasmediterránea en el puerto… Pero ante la falta de una solución, la asociación decidió convertirse además en guardiana de un patrimonio que evidentemente estaba en peligro de extinción.
La Associació ha salvado del desguace 28 embarcaciones. Gracias a ellos también se salvó a la ahora famosa La Balear. Esta barca de bou estuvo faenando hasta el final de sus días en Portocolom. El armador quería deshacerse de ella cuando consiguió comprar una nueva y solo se salvó gracias a que la asociación presentó el caso ante la comisión de patrimonio del Consell de Mallorca, que la declaró Bien de Interés Cultural en abril de 1998.
“La Balear estuvo casi un año ya fuera del agua en Portocolom. Después la trasladaron a Palma y estuvo dos años en el muelle pesquero y casi cada día íbamos a sacarle una tonelada de agua para que no se hundiera, hasta que se la llevaron al taller de mestres d’aixa del Consell”, recuerda Manolo Gómez.
Virgen de Fátima y Manuela (el primer barco del RCNP) en el almacén de Bellver. Foto: José Luis Miró
En 2001, los amigos del museo consiguen cerrar un acuerdo con la Direcció General de Pesca del Govern balear para tener la opción de salvar del desguace algunas barcas que iban a ser descartadas por sus dueños.
El problema fue entonces donde guardar esas barcas. Uno de los asociados ofreció una nave que tenía en Portocolom y hasta allí fueron a parar todas esas embarcaciones salvadas de la desaparición. En 2007 ya no pudieron continuar allí y consiguieron que el Ajuntament de Palma les cediera un espacio en las cuevas de Bellver, donde ahora continúan. Es el origen de uno de los proyectos señeros de la Associació: el proyecto La Nau destinado a recuperar embarcaciones tradicionales de diferentes tipologías.
Los amigos del museo mediaron para salvar La Balear, que hoy luce esplendorosa. Foto: Club Nàutic Cala Gamba.
Finalmente, tras una reunión con el entonces president del Consell, Miquel Ensenyat, Manolo Gómez pudo exponer en 2017 en el pleno insular la idea de crear un museo marítimo en Mallorca. No tardó en crearse por fin el consorcio para la creación del museo marítimo. A partir de entonces se recuperó el Museo de la Mar de Sóller, cerrado desde 2010, y se puso en marcha también el museo en ses Voltes.
Pero la asociación no se da por conforme ni mucho menos “Queda todo por hacer, el espacio en ses Voltes es muy pequeño todavía, solo hay tres salas, hay que hacerlo visitable, para que puedan exponerse las piezas recuperadas del antiguo museo y hay que seguir peleando por tener un museo digno de nuestra comunidad. Ahora el objetivo es conseguir que salga adelante la sede que se ha proyectado en el espacio en el que ahora está Astilleros de Mallorca”, explica Gómez.
La última incorporación que han conseguido los amigos del museo, hace apenas unos días, es el Miguelete, un llaüt botado en Andratx en 1907 que ha donado un particular. Estaba en un descampado en Felanitx, deteriorándose día a día. “Ese es el problema en la actualidad: las barcas ya no están en los puertos, sino en el campo o en garajes, por lo que cada vez es más difícil encontrarlas”.
Casi medio siglo después sigue la búsqueda y continúa la lucha por la conservación del patrimonio marítimo.