
Hay barcos y coches que definen una época. Son clase, tradición y una forma de vivir. / Fotografía: Mattiaph
Era, para muchos de los que dábamos nuestros primeros pasos en la navegación, el precio a pagar si queríamos ganarnos el derecho a asomarnos por la borda, hacer de contrapeso o que nos asignaran la responsabilidad de una escota de foque. Achicar era aprendizaje primario a bordo. La recogida se hacía frotando la abertura del achicador contra la quilla, que debido a esa constante fricción mostraba en esa zona su madera desnuda, sin importar las capas de pintura aplicadas previamente.
Allá abajo, en la sentina, transcurría un mundo paralelo. Era un mundo de ruidos de agua contra el casco, de chasquidos de cabos dentro y fuera de las cornamusas. Recuerdo dos tipos de barcos donde cumplí con tal deber: un Lightning, open dinghy de 5,95 metros de diseño norteamericano, y un Dragon, para mí uno de los diseños más elegantes de todos los tiempos. La gran diferencia, aparte de la eslora, es que el dragón tiene quilla sin caja de orza en el medio. Un francobordo más alto hacía una mejor caja de resonancia y los ruidos del agua sonaban como truenos, llenando la caja de la cabina donde el timonel y el otro tripulante bailaban su magia con cabos, cambio de peso y los molinetes de bronce de escota de génova con las manijas debajo de la cubierta.
Esta historia cuenta una parte emocional de iniciarse en la navegación, una práctica que está desapareciendo, dando paso a técnicas de construcción eficientes, materiales muy ligeros y resistentes, que mejoran el rendimiento de las embarcaciones modernas a niveles inimaginables hace 20 años. Pero siempre se puede saber cuándo alguien ha pasado por lo básico, sin importar el puesto que la persona tenga ahora en la industria. Los noruegos, por ejemplo, crecen en el negocio náutico comenzando a menudo con botes de remos o de vela construidos con tingladillo, además de que llevan la historia y la cultura náuticas en la sangre. La mayor parte del norte de Europa comparte tradición náutica, pero la tendencia se desvanece cuando vamos al sur hacia el Mediterráneo.
Noruega tiene un barco de recreo por cada 7 habitantes, la cifra de Reino Unido es de 55 y la de España de 135. Esta vez, las cifras dan toda la información necesaria. Hace unas semanas tuve una experiencia emocional similar en el Museo Guggenheim de Bilbao. Había una exposición de coches y movilidad llamada Motion, comisariada por Sir Norman Foster, donde había coches de los años 50 y 60 que despertaron mi admiración. ¿Por qué? Porque recuerdo haber visto algunos de ellos en la calle, admirado algunos en revistas y películas (como el Aston Martin DB5 de James Bond, un Jaguar E Type o un mundano Ford Mustang 68), paseando a Anouk Aimee por la playa y convertirse en uno de esos íconos y sueños inalcanzables, pero completamente disfrutables. Son clase, tradición, definen una época y una forma de vivir. La vida nos lleva por experiencias únicas, y no siempre las aceptamos inmediatamente como tales, el tiempo debe sacar el tesoro que hay en ellas y presentárnoslo para que lo disfrutemos plenamente y nos dejemos marcar para siempre por él.
Es fácil reconocer una experiencia náutica temprana: escuchas a la persona, observas el lenguaje corporal, eres testigo de esas sonrisas en toda la cara. Te comunicas con un idioma detrás del idioma y te sientes inmediatamente cómodo con él. Tus raíces son las de un niño al que se invitó a achicar las sentinas, la navegación chapada a la antigua por definición.
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