
Imagen reciente de James Wharram, fallecido a los 96 años el pasado 14 de diciembre. Foto: wharram.com
Los catamaranes están de moda. Podemos ver muchos modelos de charters hipermodernos surcando nuestras aguas. Pero los catas existen desde hace muuuuuucho tiempo. Si prestamos un poco de atención, también veremos unos con pinta de antiguos, rudos, de otra época y de madera; entonces estaremos seguramente ante un diseño de Wharram.
Fíjense bien, porque se han hecho más de 10.000 en los distintos modelos. Es probable que hayan reparado en un Pahi 63, una enormidad que además es una goleta -con sus dos mástiles de igual altura- y fácilmente distinguible por obra muerta de brillante amarillo y blanco. Nos visita cada verano en Mallorca.
El arquitecto naval británico James Wharram murió el pasado 14 de diciembre a la edad de 96 años, dejando un enorme legado. Hace años, en GN publicamos una columna que les traemos de nuevo para recordar la trayectoria de este genial diseñador, pionero de los multicascos.
El catamarán que ilustra este texto es un Wharram, lo sé porque Joan Sol lo sabe y nos lo habrá contado en su blog o en algún grupo de Facebook. Este barco viene todos los veranos y me tiene maravillado por su forma y tamaño –casi 20 metros de eslora-, por la cubierta central a modo de patio, sus travesaños unidos por amarras a los cascos o por la forma de hacer firme los obenques y burdas. Y porque es una goleta, sí, por si todo lo anterior fuera poco excéntrico, arma dos palos y porta unas velas a modo de alas y con una pequeña percha en los puños superiores, las wharram wingsail rig.
¿Quién es el señor Wharram y de dónde ha salido? Es un inglés que a mediados de los 50’s, después de empaparse de información sobre los veleros típicos del Pacífico, se construyó su propio catamarán y cruzó el Atlántico. En Trinidad construyó un segundo cata –esta vez con la ayuda de Moitessier, ¡ahí es nada!– para subir hasta Nueva York y cruzar hasta Dublín.
Con estas credenciales se puso a diseñar catamaranes junto a Hanneke Boom siempre con dos premisas: la filosofía polinésica y la autoconstrucción. Mientras que en el Mediterráneo teníamos hierro y podíamos hacer barcos de mayor tamaño y sobre todo mayor calado buscando una mayor estabilidad y los podíamos lastrar, montar un mastelerillo sobre un mastelero sobre un mástil, en Oceanía, al carecer de hierro, se las apañaron con barcos que hacían vaciando un tronco y que, para darle estabilidad, le montaban un patín separado del casco principal por un armazón y hecho firme por lianas, como en los va’a actuales que se usan en canoa paralímpica, o directamente unían dos cascos. Este sistema hace que el conjunto sea flexible y pueda absorber el choque con las olas (y fácil de reparar, muy importante). Estos diseños dejaron asombrados a James Cook cuando llegó al Pacífico con la supuesta última tecnología náutica.
En cuanto a la autoconstrucción, va desde el stich’n’glue, de la que ya hemos hablado en esta columna para los catas más pequeños, hasta el bricolaje con mayúsculas para modelos grandes. Y ahí está el catálogo de Wharram: el Hitia 14 da la impresión que hasta yo mismo podría hacerlo, pero en su extremo contrario encontramos el monumental el Pahi 63 (el Largyalo, el de la foto, es incluso dos pies más grande). Los modelos estrella son el Tiki 21 y unos catas con velas mariposa (en inglés crab claw sail, si alguien conoce una traducción mejor) parecidos a los praos que dibujaba Hugo Pratt en las aventuras del Corto Maltés.
Entren en la web del diseñador (www.wharram.com) y se tirarán un par de horas navegando entre los distintos modelos para, seguramente, seguir la expedición del Lapita Voyage y acabar hojeando algún número del PCA, la increíble revista de la Polynesian Catamaran Association. Vaya, Tahiti, Tonga o Pohnpei no están tan lejos.