Recordé el artículo publicado hace dos meses por Juan Poyatos, en el que hablaba de «los vientos traidores del Norte». Traté de ponerme en la piel de la familia de los marinos extraviados y pensé que era nuestro deber hacer algo para tratar de evitar que se repitan sucesos similares en el futuro, o que al menos éstos no ocurran siempre en parecidas circunstancias.
Elegir el tratamiento que se le da a una noticia es el ejercicio más complicado del periodismo. Por nuestra periodicidad mensual, y habiéndose dicho casi todo sobre el «caso del Sirius», teníamos que decidir si la dábamos grande o si, por el contrario, nos limitábamos a reportarla. Opté por lo primero porque creo que aún estamos a tiempo de ser útiles. Para ello hemos contrastado todo lo que había salido publicado. Hemos comprobado cada dato hasta dónde llega nuestra capacidad de acceso a la información. Hemos hablado con Salvamento Marítimo (cuya actuación, una vez más, ha sido ejemplar), con la familia de los desaparecidos, con expertos en barcos clásicos, con meteorólogos y hemos recurrido a la sabiduría de nuestros mejores colaboradores. Y todo ello ha quedado plasmado en tres páginas que, como decía, pienso que deberían servir para algo.
No se trata de juzgar actuaciones ni de censurar comportamientos, sino de plasmar unos hechos para que cada cual pueda extraer sus propias conclusiones. Álex y Emilio López, a los que quiero seguir refiriéndome en presente, tienen 20 y 30 años de experiencia marinera, respectivamente, y están de sobra capacitados para cubrir la travesía entre Cannes y Mallorca. No son unos imprudentes. Si decidieron salir, es porque pensaron que podrían pasar por delante del temporal que anunciaban todos los partes, que seguro habían consultado antes de hacerse a la mar. A nadie le gusta meterse en mitad de un infierno como el que se formó entre el 29 de abril y el 1 de mayo. Ellos, mejor que nadie, sabían a bordo de que barco navegaban y su capacidad para capear o correr el mal tiempo. A partir de aquí es absurdo elucubrar sobre lo que ocurrió en las horas posteriores a su salida de Cannes. El repertorio de posibilidades va desde una avería en el motor hasta una rotura del mástil, pasando por todo lo que ustedes quieran. Ahí no hemos querido entrar, porque entendemos que no tiene sentido escribir sobre lo que no sabemos.
Las únicas conclusiones válidas son de sobras conocidas, pero la experiencia nos demuestra que nunca está de más recordarlas: el mar está lleno de imponderables, no hay que salir a navegar si hay vigente un aviso de temporal, la radiobaliza y la balsa son elementos de seguridad que pueden salvarnos la vida, el viento del Norte en el Mediterráneo Occidental –y muy especialmente en el Golfo de León– puede soplar con gran violencia y formar grandes temporales. Y lo más importante: ante la duda, es mejor pasarse de precavido y quedarse en tierra. Álex y Emilio son dos hombres de mar que merecen nuestro respeto y recuerdo, y es por ello que su caso no ha de quedar en el olvido ni haberse producido en vano.