En estos tiempos que corren nunca está de más reivindicar la presunción de inocencia como uno de los valores fundamentales de la democracia. Nadie puede ser considerado culpable hasta que un tribunal, en sentencia firme, dictamine lo contrario. Es algo muy elemental, pero, por desgracia, ni los ejercientes de la nueva política -en realidad la más decrépita que se ha dado desde 1978 hasta nuestros días- ni en muchos casos los medios de comunicación -con sus juicios paralelos- están a la altura. Estamos, mejor dicho.
Con esto quiero decir que no veo el menor impedimento a que la Autoridad Portuaria de Baleares (APB), en la celebración de su 150 aniversario, haga salir a la tarima a sus cargos imputados, tanto del pasado como del presente, y les entregue un diploma o lo que sea que se les dio en atención a su condición de antiguos mandamases. Los primeros, porque fueron absueltos; los segundos, porque no han sido condenados. Nada que objetar, por tanto, a que Juan Gual o Juan Carlos Plaza, investigados en el caso Puertos, pudieran ejercer ayer sin ninguna traba como ex miembros de la cúpula del organismo portuario en un acto institucional.
Otra cosa muy distinta es que ocurriera exactamente lo mismo con Ángel Matías Mateos, ex director de la APB condenado por los delitos de alteración de concursos públicos y prevaricación administrativa. Lo siento, pero no es normal que un organismo público rinda homenaje a un funcionario que ha sido sentenciado en firme por amañar concesiones y haber tomado decisiones injustas a sabiendas, que es lo que consideró probado la Audiencia Provincial de Palma en febrero de 2019, sin que ello fuera objeto de recurso ante instancias superiores.
Cuando la APB coloca en la misma foto a un funcionario condenado por corrupción y al resto de personas a las que pretende homenajear, está evidenciando el poco respeto que le merecen éstas últimas. Lo de ayer fue, sencillamente, una vergüenza. Matías debería ser objeto de reprobación u olvido, no de agasajos.
No se trata de que el ex director viva como un apestado. Ha cumplido, de hecho, la exigua pena que en su día pactó con la Fiscalía Anticorrupción. No tiene nuevas cuentas con la justicia y puede hacer lo que le venga en gana. Pero de ahí a desplegar su plumaje de pavo real en un acto institucional, y que se le permita hacerlo como si el pasado y sus verdades no existieran, como si nada, media un abismo.