En la reciente conferencia sobre el futuro de los superyates, que tuvo lugar en el hotel Saratoga el 15 de octubre, y que contó con una muy buena asistencia de participantes locales, residentes extranjeros y visitantes tanto en la platea como en el podio, se discutieron temas muy válidos como la creación de amarres para grandes esloras, el estado de los puertos deportivos en el Mediterráneo y en el resto del mundo, y las diferentes interpretaciones fiscales del negocio de charter según el país europeo donde se aplique.
La última sesión, después de 8 horas y media con dos paradas para café y un almuerzo rápido, se titulaba "El futuro de Palma".
Los puntos a discutir eran:
¿Qué expansión se planea para puertos deportivos, varaderos y astilleros en Palma?
¿Estarán los nuevos gobernantes en Madrid y Baleares de acuerdo con estas expansiones?
¿Cómo pueden esos desarrollos beneficiar no sólo a Palma, sino a toda la región?
¿Cuál es el futuro de Palma como centro de I+D de la industria de superyates?
Habló el presidente de la APB, Juan Gual, agradable en la intervención y el trato. Recordó que el 50% de la facturación de la APB proviene de la náutica, y que por ello se lo tomaban muy en serio y la apoyaban tanto. Lo dijo en inglés. Silencio sepulcral. Que iban a hacer algunos cambios para que el Puerto funcionara mejor, que el espacio que ocupa hoy Astilleros se transformaría en un parque público con actividades, que iban a alimentar los ferris con electricidad de tierra. He investigado el caso y no estoy de acuerdo con la supuesta mejora, que no favorece las características medioambientales tanto como se percibe. Decidí quedarme callado ya que una riña de gallos frente a los guiris era de mal gusto, porque la ropa sucia debe lavarse en casa. Luego expuso Diego Colón los planes para mover el Astillero de Mallorca a los Muelles Comerciales, y Peter Firth, de Atlante, una excelente empresa española de diagnósticos marinos, comentó por qué el secreto de poder seguir brindando un muy buen servicio era la evolución constante, la investigación, y el aprendizaje.
El "queremos más" estaba en el aire: más amarres grandes, más explanada, más megayates, más empresas, más trabajadores. . .
Y en ese momento, salté y pedí la palabra, porque la cautela me la había gastado ya con don Gual de Torrella y sus cables virtuales, su apoyo a la náutica, esa bonhomía sin ingenuidad que me hacía ver una caperucita con dentadura de tiburón blanco. Como estaba caliente (cosa que no hay que hacer cuando uno anda por allí cambiando pareceres pero que alguna hormona traidora no me dejaba controlar), me temblaban las manos, y cuando tomé el micrófono parecía uno de esos saltimbanquis que en los semáforos hacen volar las clavas como si tuvieran vida. Aferré con la otra mano el conjunto micrófono-mano derecha y apreté el extremo bajo del micrófono contra el esternón como si me quisiera exorcizar integrando el micrófono en mi cuerpo. Conseguí un tembleque aceptable.
Entonces expliqué que yo no quería una Palma Náutico-Industrial, sino una Palma con facilidades náutico-industriales. Porque yo, que soy un visitante integrado, ya aprendí a querer a Palma y a toda Mallorca por lo que nos da, y lo que nos da es un balance muy difícil de conseguir entre naturaleza, cultura, extranjeros, calidad de vida y ocio, y que ya estamos viendo que hay que cuidarlo porque algunos componentes comienzan a afectarnos negativamente, como la cantidad de cruceros o la falta de capacidad de las depuradoras o la cantidad de coches de alquiler o la densidad de los turistas en verano.
No quiero un puerto lleno de amarres de megayates por los que haya que sacrificar zonas públicas, complicar el tráfico y sufrir una cierta gentrificación de puertos deportivos y proveedores (pago más por más calidad y lo quiero rápido). La náutica de superyates da de comer a mucha gente. Todavía hay más empresas extranjeras que locales, pero desde AENIB hace años que están luchando para (y consiguiendo) crear técnicos capacitados al mismo o mejor nivel de los que vienen de fuera, que es lo que toca. No quiero que una persona sea de una casta superior porque trabaja en la náutica. Recuerdo Palma en el año 1984, cuando llegué. Muchos hoteles y restaurantes cerraban en octubre, hasta Semana Santa. Algunos cines también. La vía de cintura no estaba terminada, sólo llegaba hasta el Pryca. En el Paseo Marítimo, sólo el Club de Mar y el Real Club Náutico. Existían el pantalan de la Cuarentena y el del Mediterráneo (por el hotel) pero allí no se podía amarrar. Se utilizaban cuatro tipos de tomacorrientes y clavijas diferentes. Entramos en Europa. Murió Paquirri y creamos una Viuda Universal que, además, cantaba bien.
La náutica creció de a poco. Todavía había fluctuaciones de moneda que hacían que a veces Francia o Italia resultaran mas baratas que Mallorca. Seguía un pequeño éxodo de embarcaciones extranjeras que invariablemente revertía después de un tiempo. Sin saberlo, aplicábamos el principio de sostenibilidad, se crecía a un ritmo mantenido sin arriesgar a deber frenarlo por afectar el buen nivel de vida logrado.
Íbamos creciendo, y la náutica internacional también. A fin de los 90 las embarcaciones comenzaron a evolucionar más rápidamente, las pequeñas aumentaron la manga y hubo que calcular mejor el diseño de los nuevos puertos y adaptarlo a la tendencia. En eso nunca hemos sido punteros, siempre conservadores, seguidores.
Eso dio lugar a un crecimiento más rápido en otras áreas de la náutica. Amarres, empresas, tripulantes, brokers, expertos en cada rama. ¿A quien puede sorprenderle que alguien que llegue aquí con una embarcación, pequeña o grande, propietario o tripulante, le den ganas de quedarse en la isla? Entramos en una buena bola de nieve que, haciendo camino, crecía sin parar. Al mismo tiempo, el gobierno frenaba duramente la construcción, especialmente en la costa. Eso evitó lo que en Fuengirola, Torremolinos o Benalmádena dejó un muro de apartamentos a lo largo de la costa que recuerda la muralla china y bloquea, despóticamente, el paisaje. Hoy, cualquiera que navegue por Baleares disfrutará de un espectáculo precioso, sólo salpicado por algunas propiedades justificando la presencia humana.
La cantidad de habitantes de Palma creció un 30% entre 1984 y 2018. La cantidad de amarres casi se dobló. Esto significa que el tráfico, aparcamiento, demanda de locales, necesidad de alojamiento (alquiler) y transporte aéreo, por citar los elementos más obvios, se incrementaron más que lo que se incrementó en general y naturalmente Palma. Las autoridades comenzaron a ver un rey Midas en sus aguas, y a aumentar el costo de los cánones y las exigencias para optar a concesiones. Se hicieron muchos intentos de acercamiento para explicarles cómo funcionábamos, pero nos encontramos con oídos sordos. Las pocas actuaciones de unos cuantos políticos que vieron el potencial del sector no fueron suficientes como para que sus decisiones participaran en un crecer armonioso. En 2002, un cargo medio de la Autoridad Portuaria me soltó: "Ustedes, los de los barquitos, sólo molestan, nunca los vamos a tomar en serio, aquí lo único que importa son los ferris y el transporte de mercancías". Acababa de ganar un concurso, y antes de comenzar las obras tuve que reprogramarme.
Son consecuencias del progreso y (deberían) mejorar la calidad de vida de todos, pero cuando un fenómeno así se dispara, se produce un desfase en ese balance tan complicado y vulnerable entre la sociedad y el entorno. Estas cosas hay que poder preverlas, y atajarlas a tiempo. Existen en nuestro primer mundo métodos y datos como para poder analizarlo y generar simulaciones que nos muestran las posibles consecuencias.
Y debemos tomar, a veces, riesgos calculados, porque quedarse en casa para no arriesgar nos hace quedar atrás. Fuera, el resto del mundo sigue su andadura. Uno de nuestros padrinos de boda es ingeniero aeronáutico y trabajaba para Airbus. Nos contaba que cuando se diseña un nuevo modelo de avión, se prevén las nuevas reglas que afectarán la emisión de ruidos, la polución, el tiempo entre vuelos, la cantidad de tripulantes, y la performance de nuevos motores que todavía no han sido ni siquiera diseñados, pero que, estudiando históricamente la evolución de la aeronáutica, es posible prever.
¿Cuándo podremos aplicar esos principios a la náutica? Astilleros como Benetteau ya han comenzado.
Mientras tanto, me encantaría poder circular por el Paseo Marítimo y ver que los ferris y algún crucero cohabitan en ese espejo de agua. Que hay mucho trabajo en STP haya crisis o no, que haya lugar en los colegios para que todos los residentes puedan enviar a sus hijos y que se pueda alquilar un apartamento por un precio lógico. Que los artesanos y técnicos de la industria náutica sean una mezcla de nacionalidades de esas que hacen casi posible la perfección. Que por cada megayate haya centenas de yates más pequeños. Sería fantástico que aprendiéramos a mirar más allá de nuestra propia nariz. Que supieramos escuchar también lo que no compartimos.
Que sigamos siendo el lugar soñado de todo navegante.