Tras el descubrimiento de América, la corona española desplegó una ingente actividad de evangelización católica, organización administrativa y alfabetización en los nuevos territorios, yendo estrechamente ligadas las tres cosas. Y no se los trató como colonias, sino como partes de la propia España, dando a las extensas regiones descubiertas la categoría de Virreinatos. Fue tan próspera y floreciente la actividad económica entre la España peninsular y la de ultramar que las otras coronas empezaron a hostigar a España de forma permanente, tanto en los territorios de este lado del Atlántico como del americano y asiático. Destacaron el inglés y el holandés, seguidos del francés. Los ataques a La Habana, Buenos Aires, Veracruz, Tenerife, La Coruña, Cádiz, Menorca, Ferrol, Cartagena de Indias, Puerto Rico o Portobelo son buena prueba de ello.
A fin de conseguir algo de paz -que no se consiguió- España accedió a un acuerdo con el Reino Unido denominado Tratado del Asiento, consistente en concederles el derecho del «Barco de Asiento», un navío anual para comerciar mercaderías en los territorios españoles de ultramar, limitado a quinientas toneladas, lo que fue continuamente burlado, pues más que barco fue toda una flota. Incluyeron el Asiento de esclavos negros, «privilegio» exclusivo del tráfico de esclavos en toda la América Española que la reina inglesa entregó a la South Sea Company, teniendo el monopolio de ese triste comercio que, dicho sea de paso, desde sus inicios estuvo en manos de extranjeros.
.S1Y casualidad: la Company practicaba ese comercio precisamente en La Habana, Veracruz, Campeche, Caracas, Cartagena, Panamá, Portobelo y Buenos Aires, los objetivos militares que no logró por la fuerza.
Los españoles no participaron del comercio de esclavos en la medida de portugueses, holandeses, franceses o ingleses. Es lógico, pues el Tratado de Tordesillas reservó a Portugal los asentamientos del África occidental, de donde se tomaban a los esclavos. Además, esta forma de proceder era propia del «colonialismo de factoría» que desplegaron las otras potencias, a diferencia de España que no consideraba colonias los territorios descubiertos. Incluso el Tribunal de la Inquisición se preocupó por preservar la ortodoxia católica con los esclavos, en contrapunto con los «herejes» extranjeros y consideró lamentable y miserable ese tráfico de personas. Interesante es el libro «La corona española y el tráfico de negros» de Reyes Fernández Durán (Ecobook, Madrid, 2012).
La actualidad hace que todo esto vuelva con fuerza en pleno siglo XXI, con el mayor tráfico de personas en aguas del Mediterráneo en siglos, pues desde el continente africano son miles los lanzados hacia Europa en embarcaciones de fortuna, por mafias de traficantes de personas. Junto a esto, entidades y ONG’s supuestamente altruistas como Proactiva Open Arms o el buque Aquarius les hacen el caldo de cultivo, pues a la obligación internacional de la salvaguarda de la vida humana en la mar le han unido otra, que es la necesidad de que los rescatados sean enviados a puertos europeos, desconociendo quién toma esta decisión. Salvada la persona en riesgo de morir ahogada procede llevarla al puerto más cercano. Criterio de seguridad y de economía en la navegación. Se olvidan de esto, para llevarlos a Europa. Que conste que esto no es a lo que en Europa venimos obligados. Que nadie se equivoque. Y dejamos de lado las dudas sobre posibles intereses espúreos de las ONG’s, concretamente de los mecenas de las mismas. Daría para otro artículo.