Aquí está, mucho lo solicitamos cayendo ello en oídos sordos, la última vez que tuvimos una esperanza fue cuando Tomeu Calafell estuvo al frente de la Dirección General del Mar allá por el 2009, y que terminó siendo un espejismo para llenar un casillero, no por las ganas que le puso Tomeu, sino por las trabas que le pusieron sus jefes. 2023, la Conselleria del Mar no sólo es una realidad del nuevo gobierno autonómico, que ya es mucho; es también su primera promesa cumplida, cosa que está entre una revelación y una gracia Divina, que quienes calentaban hasta hace muy poco las sillas del poder actuaban últimamente como si de una apoteosis se tratara.
Y además (esto ya parece un regalo exagerado) el nuevo conseller del Mar conoce de náutica, habiendo vivido en carne propia el desastre de Angel Matías y Trapsa con el Club Marítimo de Mahón; aunque bueno es conocer los sinsabores, malo es mantenerlos encendidos una vez resuelto el caso.
Juan Manuel Lafuente encara 14 años de frustraciones de la comunidad náutica balear al completo: deportiva, asociativa, industria y usuarios, y cada uno de nosotros se sentirá con derecho a manotear ese vaso de agua que se ofrece al caminante en el desierto, a que haga algo de lo que hemos pedido, que al fin y al cabo es pretender ver el cambio real más allá de las bonitas palabras y cortando esa viciosa tradición de promesas incumplidas.
Uno diría que su afición a la náutica es la cualidad más importante para ocupar este cargo. Yo disiento: su experiencia en varios puestos gubernamentales hace que sepa identificar y evaluar las situaciones antes que estas se presenten, saber «ver de lejos» lo que se viene, y como actuar ante ello. Si el señor Lafuente hubiera sido Julio César, no creo que hubieran conseguido apuñalarlo. La diferencia entre la política del Siglo I y la de hoy es que la de hoy es más complicada y rastrera. Hay que ser muy bueno para sobrevivir.
Pero volvamos a lo nuestro, que cuatro años pasan enseguida y es lo único garantizado. Mencionaba yo esa sensación del derecho al vaso de agua en el desierto. Tendemos a creer unitariamente que nuestros problemas son los más importantes y que deben ser solucionados primero. Seguro que estos casos se darán, pero no son todos. La náutica balear forma parte de acuerdos, leyes y prácticas internacionales a los que nos suscribimos y ahora debemos respetar.
Por supuesto que mucho de esto cae por el lado de la sostenibilidad (la ecología es parte de ella), pero también están las clases monotipo, la organización de regatas, las conferencias informativas. Es sabido que no nos gusta salir a compartir conocimientos, quizás sea por los idiomas, pero siempre podemos organizar los eventos aquí. Debemos fomentarlo. Los campos de boyas generan mucha aversión, tanto por los precios como por las reglas de uso. Debemos aceptar que los campos de boyas son el único sistema sostenible, no sólo para fondear donde hay posidonia sino como fondeo alternativo a un amarre, porque el número de embarcaciones crece y los puertos no se amplían.
Debemos encarar los problemas de base, y mientras intentar solucionar los de fácil gestión. Pero el conseller del Mar no tiene una varita mágica, ni tiene a Harry Potter de vicepresidente primero. No podemos pretender ni exigir soluciones inmediatas. Lo mejor que podemos hacer es currarnos posibles soluciones, dos o tres variantes de cada una, y presentárselas para facilitarle el proceso y el camino. Nosotros sabemos de náutica, el conseller de no dejarse apuñalar. Buena combinación.