Leo que la asamblea de los clubs náuticos de Baleares tuvo lugar ayer en Mao, y que su mensaje al Govern es cesar su campaña de demonización de los navegantes. Y me invade una tristeza y una frustración auténticas porque en ANADE, la asociación de marinas de Baleares, no supimos en su momento estar suficientemente unidos y a la altura, y llevar a cabo una estrategia coherente como lo hizo la asociación de clubs náuticos.
Los clubs y las marinas tienen como fundamental diferencia que unos -los clubs- son organizaciones sin fines de lucro y las llamadas marinas son sociedades comerciales que se lucran con el negocio, como cualquier otro. Además, los clubs tienen como principal finalidad promover los deportes náuticos, especialmente las escuelas de vela. Por ello se benefician de apoyos, alguna que otra subvención y beneficios fiscales (como pagar menos canon cuando están dentro de los Puertos del Estado).
Yo, en Europa, siempre pertenecí al “otro bando”, el de las marinas, y reconozco que es lógico que se ayude a quien promueve un deporte para el que, sin ser tradicional en España, nuestros 7.000 km de costas brindan la geografía variada y en algunos casos ideal para su práctica. Además, nuestros navegantes han conseguido subir a podios europeos, internacionales y olímpicos desde hace muchos años y en muchas de sus variantes.
Tradicionalmente, para ser socio de un club hay que pagar una cuota de ingreso y luego una cuota anual (hay clubes náuticos con cuota de ingreso de 50.000 euros), cosa que en las marinas no es así: se paga el alquiler del amarre y ya está. Las dos formas son válidas, necesarias, y deberían poder cohabitar armoniosamente, cosa que todavía no hemos aprendido. Volvamos a los clubs. A su presidente, Miquel Suñer, a quien hace unos años apodé cariñosamente El Cacique y de quien en su momento aprendí mucho –aunque no seguí ni ligeramente su consejo de “hablar menos y escuchar más para ser un buen mallorquín”– le otorgo una sabiduría secular y la generosidad de haberla compartido conmigo. Decía que Miquel, con los años que tiene que son muchos, tiene las cosas más claras y ha optimizado y modernizado el Club Náutico de Sa Rápita como muchos quisieran saber hacerlo. Su mente sigue afilada como un alfanje y su austero sentido del humor es una delicia. Hacía tiempo que quería rendirle un homenaje desde estas líneas.
Hay dos maneras directas de demonizar la náutica: la primera es ignorarla, no apoyarla, quitarle protagonismo, cosas que a un político no le cuestan nada. La segunda es ponerle difícil todo lo que se proponga. Tanto daño hace el aplicar algo a rajatabla como la protección de la posidonia sin tener en cuenta las condiciones locales, sociales, culturales y económicas (el saber fondear, el tipo de embarcación que lo hace, el impacto económico de la náutica o la tradición de la pesca menor), como ignorar normativas locales, nacionales y europeas cuando no conviene (el desarrollo del turismo náutico, la promoción del conocimiento del mar, la eliminación de la descarga polucionante de los emisarios).
Claro, esto no lo hacen solo con la náutica: con la de ruidos y la de polución lumínica, que no convienen ni ganan votos, se hace poco y se hace mal. Y estamos hablando de directivas europeas de más de 10 años. Somos habilísimos en lo de “hecha la ley, hecha la trampa”. Y lo más triste es que nos creemos muy astutos e inteligentes haciéndolo. Sobre todo, los políticos, que salvo contadísimas excepciones tienen la facilidad de las anguilas en pasar por brechas pequeñísimas para acortar camino hacia donde quieren llegar. Charlando con uno de ellos le comentaba que era muy triste no poder hacer programas de mejoras de más de 4 años porque si no eran reelectos los siguientes tirarían todo atrás. “Eso nos está matando a todos, es horroroso”, me contestó.
Asociación de Clubs Náuticos: no aflojen, por favor. Están haciendo un trabajo excelente, y de la manera que hay que hacerlo. Esperemos que otros sigan el ejemplo.