El yate Yemoja, del que se habla en este artículo.
Llevaba ya año y medio en Holanda y era mi segundo yate en Van Lent, uno de los astilleros del grupo Feadship. Ya farfullaba algo del idioma, impuesto por los currantes del astillero, quienes me dijeron: “Ahora que eres residente sólo te hablaremos en holandés”. En su momento me cagué en sus ancestros, pero visto en perspectiva, gracias a ello llegué a hablar holandés bastante fluido, cosa que todavía disfruto.
El nuevo yate tenía 48 metros y estaba comenzado en stock. Cuando los astilleros no tenían pedidos, iniciaban la fabricación con especificaciones muy generales, esperando que apareciera un comprador que diera valor a no tener que esperar todo el período de la construcción. Los interiores se hacían a gusto del comprador.
Aparece entonces el futuro propietario y su capitán alemán, Gerhard. El comprador era un pedazo de señor de más de 2 metros de altura, 1 de ancho y el color del espacio profundo. Nigeriano, diplomático y billonario, era además jefe de la tribu Yoruba. Gerhard tenía una impecable hoja de servicios en grandes yates (50, 60 metros), muchos de ellos propiedad de saudíes. Sabía lidiar con gente particular. Charlando encontramos amigos comunes y yates conocidos, y nació un acercamiento cómodo y distendido.
Un día estaba yo pasando unos cables del girocompás por la sentina central, y de repente bajan el project mánager, Gerhard y el encargado del departamento de calderería (metal). Hablaban los holandeses en holandés y con Gerhard en inglés, y estaban muy nerviosos. Luego Gerhard me contó.
El jefe había visitado el yate y se había interesado en cómo estaban conectados los WC. Se le mostró el plano de la instalación y moviendo su cabeza de lado a lado dio instrucciones para que el WC de su cabina y el de la de sus hijas fuera conectado a un depósito privado. Entonces comprendí los nervios del astillero. Fabricar o dividir un depósito cuando las cubiertas ya están colocadas no es cosa sencilla. Hay que destripar lo hecho y volver a construir en espacios pequeños, cortando y soldando. El jefe dijo que pagaba, a los holandeses les preocupaba demorar la entrega. Para que se hagan una idea: la salida de los buses (fecha y hora) para hacer las pruebas de mar la anunciaban nueve meses antes de la fecha señalada. Nunca asistí a un cambio de fecha o de horario.
Gerhard me contó que las creencias de los Yoruba eran que los malos espíritus se desplazan por los tubos de alcantarillado, y que el Jefe no se podía permitir estar tan vulnerable en su propio yate. Que sí, que no, el Jefe llamó contactos (que tenerlos, los tenía) y el astillero aceptó hacer el cambio. Las fotos estaban también prohibidas por temas espirituales (robo de identidad). Los suelos de los baños de la familia exhibían motivos africanos vegetales y animales, hechos en mármol y piedras semipreciosas. Fácil cuando las minas son propias. Una escultura muy bonita en ébano de un guerrero pie a tierra nos recibía al subir al puente, como avisándonos que nos controlaba.
Otra anécdota es que el Jefe empleaba pilotos españoles para sus aviones privados. Le daban confianza “porque aterrizaban en cualquier lado”, pista, tierra, pasto. Uno de ellos le contaba a Gerhard que muchas veces aterrizaban en descampados, aparecían miembros de la tribu, y el avión quedaba a su cargo, listo a despegar. Según el Jefe, “todos saben de quien es el avión. Es intocable, esta gente moriría por mí.”
El jefe tuvo sus tubos de caca privados a bordo y las pruebas de mar se hicieron tal cual estaban programadas originariamente.