Reparé el otro día en un cuadro en casa de mis padres. Es un precioso buque del siglo XIX, de diseño moderno pero manteniendo la arboladura típica de aquella época, a caballo entre la propulsión a vapor y la vela.
«Es el Reina Regente, Antonio, y está considerado el primer crucero que tuvo nuestra Armada. Como ves –me explicó mi padre–, lo dibujé a plumilla, fondeado en Cartagena a resguardo del muelle de La Curra y con el Castillo de Galeras (construido en el siglo XVIII) al fondo. Es un barco que acabó naufragando, seguramente porque a la muy mala mar de ese triste día se le unieron las cuatro piezas individuales de artillería ‘González Hontoria’ de 240 milímetros que tenía como armamento principal, y que posiblemente comprometían con su peso la estabilidad del buque».
El 8 de marzo de 1895, el Reina Regente zarpó de Cádiz hacia Tánger en la que sería su última misión: devolver la embajada del Sultán a Marruecos. Al día siguiente, con fuerte viento, cielo muy nublado y mar picada, su comandante decidió hacerse a la mar, pues otras obligaciones le esperaban en la península. En aguas del estrecho se vio parar al crucero, dar grandes bandazos en medio del temporal y desaparecer.
La desgracia se confirmó después, al encontrar los restos del naufragio. Sus 420 tripulantes desaparecieron con el buque. Sólo se salvaron un marinero que no había llegado puntual a la hora del embarque y un perro. Cosa extremadamente curiosa y fuera de lo común fue que el buque inglés Clyde, que participaba en las tareas de búsqueda, rescató al perro que estaba agarrado a un trozo de balsa. Era propiedad del alférez de navío don José María Enríquez y estaba embarcado en el Reina Regente como mascota de este oficial.
El hecho no queda ahí, pues, para sorpresa de la tripulación, el perro adoptado que continuó navegando bajo pabellón británico por espacio de algunos meses, con ocasión de un viaje a Sevilla y una vez que llegó el barco a la barra de Sanlúcar de Barrameda, en espera de la subida de la marea para arrumbar a hacia la ciudad, se tiró por la borda en dirección a la cercana playa. Cuentan las crónicas que, tras callejear un rato, dio finalmente con la casa del que fuera su amo.
El naufragio del Reina Regente es considerado como una de las mayores tragedias de la Armada en España, junto con el hundimiento del crucero Baleares y el buque Castillo de Olite. Mediante Real Orden de 29 de marzo se les ordenó al capitán de fragata Fernando Villaamil y al ingeniero naval José Castellote la redacción de un informe acerca de las causas probables de la pérdida del crucero Reina Regente, informe que fue presentado el 5 de febrero del año siguiente en junta extraordinaria de generales de la Armada.
«Y sabes Antonio, en el Reina Regente desapareció en aquella triste ocasión un familiar nuestro, hermano de mi bisabuelo materno Juan, que era Luis Serrano Álvarez, destinado a bordo como técnico sanitario».
¡Qué cantidad de cosas se esconden detrás de un cuadro!
«Todo esto merece ser contado en un artículo, papá», respondí.
Y dicho y hecho.