De repente, el drama. Un socorrista persigue al vecino, silbato en ristre, y le amonesta. El chico intenta irse pero el socorrista se pone flamenco, habla de una amonestación y de la policía local. Me acerco y le digo al niño que escuche, cuando el socorrista acaba el chico se va a casa.
El otro matrimonio y yo flipamos por la actitud del salvavidas. Nos faltó tiempo al otro chico y a mi para subirnos a nuestros artefactos flotantes y salir a remar. ¡Sí, a provocar, a lo loco!
Efectivamente, golpe de silbato e intento de bronca. Para que todo sea más fluido sale de casa el tío Tito y demuestra una vez más por qué no hizo carrera diplomática. El socorrista se defiende muy bien tratando de hablar con tres personas a la vez pero en el absurdo de la discusión él dice ser el responsable de la playa pero sólo hasta el siguiente muelle, más allá podemos remar, son aguas no vigiladas (y, suponemos, que salvajes).
Todo esto se lo cuento por dos motivos. La costa, que es del Estado, está transferida a la Comunidad Autónoma y por algún motivo la playa le corresponde al Ayuntamiento que cede la gestión a la asociación de vecinos, que son los que ponen al socorrista. Un socorrista que se cree imbuido de una potestad especial. Un absurdo. El otro motivo es igualmente preocupante. Cuando acabó el sainete unos vecinos ingleses me comentaron que pensaban comprarse un paddle surf pero ahora no sabían si hacerlo porque no podrán remar delante de casa. ¡Ostras! todo el rollo sobre la inseguridad jurídica es cierta. Es posible que se venda una tabla menos por la interpretación estricta de unas normas por parte de un socorrista.
¡Luis García Berlanga que estás en los cielos, asístenos!