He cambiado los marcos de los ojos de buey de un velero. Una maravilla. El modelo original tiene unos interiores que parecen un sarcófago de madera, pero el anterior propietario -un arquitecto naval- fue al astillero de Hutting, en Holanda, y les dijo que las líneas del barco eran perfectas pero que él se encargaba de la habitabilidad. Consiguió una oda al diseño escandinavo a base de tablero marino. Una herramienta de navegar sin concesiones, espartana y perfecta.
Pues ahí estoy yo, con un destornillador Philips en la mano, con el ojo de buey abierto para que entre toda la luz posible y acertar con el tornillo, cuando se levanta el viento. Las tres escotillas están abiertas para más aireación. La brisa empuja, entra el aire sabiendo que nada va a golpear a bordo, ni puertas ni ventanas. Refresca. El barco se mece, la jarcia vibra y silba una melodía; de fondo, las voces de los niños en la playa. Y, por un momento, suelto el destornillador, miro a través del ojo y veo el cielo, los barcos amarrados, azul por todas partes. Felicidad con todas las letras.
El viento empuja a navegar, lleva a las personas a largar amarras y adentrarse en el mar, ya sea izando una vela, girando una llave de contacto o empuñando un remo.
¡Qué maravillosos es el verano! ¡Qué ganas de salir en barco!
Buen verano a todos.