Independientemente de las tradiciones culturales milenarias, aprender hace ya sesenta años las bases de la Astronomía (mis padres me habían suscrito a la Enciclopedia Universal de editorial Codex, muy completa y fácil de comprender), dejó rápidamente una huella en mi carácter.
Los solsticios y equinoccios han sido notados por los humanos desde el principio de los tiempos como testigos de algo Universal más allá de la comprensión pero que marcaba una diferencia: del frío al calor y viceversa, luz de incremento gradual y oscuridad implacable que había que sufrir, cambios comprobados pero más allá de cualquier control y que ocurren al mismo tiempo en todo el planeta.
Espero los días más largos con esperanza y asombro, encantado con la idea de disfrutar más luz durante el día, con la promesa del verde pujante y vivo y la tranquilidad y el descanso con que nos acarician, en el próximo ciclo, las hojas cayendo en otoño. No muy diferente de lo que probablemente observó un antepasado hace 20.000 años.
Estas efemérides tienen, como el Sol, la Luna, las estrellas y las constelaciones, algo de mágico, romántico y misterioso, algo que inspiró a los druidas y a los hechiceros y que ninguna ciencia puede privar del millón de años que llevan formando de nuestras vidas y del millón de años que seguirán haciéndolo.