Al final de una larga y agotadora jornada de playa, cuando la mayor parte de los bañistas se ha marchado, suele sobrevenir un extraño fenómeno que yo denomino «El Colmo». Es una emoción ambigua, que se aloja entre el corazón y las costillas flotantes (aprox.) y que coincide con el ocaso. La arena, que horas antes, al llegar, era del color y la textura de la harina candeal, ahora es una masa grumosa, amasada por miles de pies, maltratada por la humedad y el bullicio. El sol se pone y permite que la mirada descanse por fin en el mar.
Durante horas el agua ha repelido cualquier contacto visual: la superficie brillaba como un cuchillo y mirarla dolía. Ahora, además, al mismo tiempo que la luz declina, el cielo adquiere textura y aparecen los azules, los malvas, los dorados, los púrpuras. Un alivio cromático que ocupa el lugar de la lámina blanca e inmisericorde que nos ha achicharrado los cascos desde el mediodía.
De repente se oye el flujo y el reflujo de las olas. De repente llega una brisa fresca que estremece la piel de los brazos. De repente se puede oler el alga que flota, el guijarro todavía caliente, el salitre depositado en ondas en la orilla mojada. Es entonces cuando todos los instantes del día que ahora acaba, todos los baños, los paseos, las siestas y las risas, convergen en un segundo y uno se da cuenta de que la jornada le ha colmado, de que no se le puede pedir más al verano.
Cuando Claude Monet pintaba un acantilado o un puente o una barca, no pintaba solo un acantilado, un puente y una barca, pintaba la impresión que esos motivos provocaban en sus sentidos. Sus lienzos son como un escáner cerebral de la emoción de un instante. Pero captar el momento es incompatible con la pincelada primorosa y el acabado aterciopelado, por eso Monet y la pandilla de los impresionistas componían sus cuadros mediante pinceladas cortas, vibrantes, cargadas de pigmento. Porque la luz de las nueve de la noche de un día de agosto no es la misma que la de las ocho o la de las siete y, por tanto, no estimula la misma emoción en el espectador.
Monet pintó una cincuentena de cuadros en la costa normanda: al amanecer, a pleno sol, con nubes, con lluvia, a media tarde. A veces hay pescadores, otras veces hay barquitos, en alguno aparece su mujer, pero el tema, para el artista, es lo de menos. Quiere captar lo efímero, la existencia que se despliega ante nuestros ojos en toda su magnificencia y a la que apenas prestamos atención.
Monet detecta la sombra plateada de una ola y ¡chas! la coloca en el cuadro, y luego localiza el resol anaranjado en la parte más alta del acantilado y ¡chas! lo dibuja como una línea de luz. Ah, ese azul frío en la arena de la tarde; ah, ese oro pálido que parece prolongarse más allá del lienzo.
Es el final de una larga y agotadora jornada de playa. Hay que levantar el campamento y unirse a la procesión de cuerpos exánimes que se dirigen hacia los coches. El tiempo apremia porque hay que conducir hasta casa, duchar a los niños, preparar la cena. Pero si uno aguanta unos minutos más, apenas media hora, y entierra los pies en la arena y se cubre los hombros con un pareo y se sienta erguido mirando el mar, un vibrante Monet se va a abrir en el horizonte y uno notará un burbujeo entre el corazón y las costillas flotantes (aprox.) y se dirá a sí mismo que no necesita más, que este sol y este cielo y esta playa y esta piel bronceada y salobre son el colmo de la existencia.
Claude Monet culminó su larga carrera con la serie Nenúfares. Para muchos estudiosos del arte, estos inmensos lienzos empastados de color y de formas difusas prefiguran la abstracción. La mayoría de ellos pueden contemplarse en el Musée de l’Orangerie, en París.
La cuenta de Instagram @cmbynmonet, que superpone escenas de la película Call me by your name (2017) a paisajes de Claude Monet, acumula casi cincuenta mil seguidores.
Impresión, sol naciente, el cuadro que pintó Monet en 1872, se considera el pistoletazo de salida del movimiento impresionista. Fue el crítico de arte Louis Leroy el que bautizó al movimiento al referirse a la exposición -con bastante sarcasmo- como “La exhibición de los impresionistas”.