Machista y pendenciero, lo salvaron los mundos que creaba en la mente de quienes le leían. Me encontré con El viejo y el mar cuando tenía yo 13 años, y desarrollé a lo largo de su lectura una admiración por el pez, un desagrado por los tiburones, una compasión por Santiago y un cierto aburrimiento ante la larga descripción de sus pensamientos mientras pescaba.
Esa lectura dejó huella y me llevó, años más tarde, a buscar otras de sus obras transcurridas en el mar. Islas en el Golfo, póstuma, es un relato que me lleva con una meticulosidad casi telepática al Caribe que conocí en Bímini y las Bahamas.
Me interesé por la persona, el Ernest Hemigway que nació, vivió tres vidas en una y se pegó un tiro con su escopeta preferida a falta de 19 días de cumplir 62 años, cuando se dio cuenta que no podía controlar ni huir de sus fantasmas.
Con Tener y no tener peco, yo, de sudaca calentón, porque quien me vuelve a la memoria es Lauren Bacall a sus 30 años, la heroína de la peli basada en el libro, haciendo de chica dura y con unas piernas que llegaban de Cuba a Miami. El libro es estupendo.
Hemingway vivió en Cuba de 1939 a 1960, y sus visitas al pueblo pesquero de Cojímar y sus largas charlas con el pescador local Gregorio Fuentes, canario de Arrecife de Lanzarote y futuro patrón del Pilar, constituyeron la base para la creación de El viejo y el mar y su protagonista, Santiago. Esta novela le valió el premio Púlitzer en 1953 y seguramente fue decisiva en la posterior obtención del Nobel de literatura en 1954.
A Hemingway siempre le gustaron los desafíos. Tenía que demostrar de forma permanente lo macho que era: lo hizo como corresponsal de guerra, cazador en África o pescando marlines en la corriente del Golfo frente a Cuba, las islas Bimini o Key West, cuando alejaba, con una metralleta Thompson que siempre llevaba a bordo, los tiburones que amenazaban a sus presas.
Más que la mar, le gustaba la pesca de altura, las peleas en los bares y tirarse todo lo que se moviera. En 1934 encargó a Wheeler Shipbuilding, astilleros de Brooklyn (Nueva York), la construcción de su Pilar, una motora en caoba y roble de casi 12 metros de eslora. Pagó 7.495 dólares que pidió por adelantado a Arnold Gringich, editor de la revista Esquire, por los artículos que escribiría.
Pilar, apodo de Pauline, su segunda mujer, llevaba un motor Chrysler de 75 caballos con el que llegaba a 16 nudos, y un Lycoming más pequeño, cada uno con su eje y hélice (ambos a gasolina). El Lycoming servía para propulsar a Pilar a muy baja velocidad cuando arrastraba los cebos.
Hemingway era muy gastador, le gustaban la marcha y el lujo. No pasó estrecheces porque sabiendo que sus novelas siempre vendían, los editores le adelantaban lo que necesitaba cuando andaba bajo de fondos. Papa, apodo que él mismo se otorgó y por el que sus seguidores le conocen hasta hoy, describió vívidamente escenas de pesca, de seducción y de hombría, pero a los nautas nos faltó poder leer cómo las olas pegaban en el pantoque y estallaban en un spray incontrolable, las nubes podían casi tocarse con la mano o cómo el rolido tumbaba las botellas de cerveza en la mesa del cockpit.
Gregorio Fuentes estuvo a cargo del Pilar hasta la muerte de Papa y fue quien realmente sabía de mar. Murió de cáncer a los 104 años allí, en Cojímar, manifestando que añoraba cada día sus salidas de pesca con Papa.
Quien inspiró el personaje de Santiago no pudo disfrutarlo pues Gregorio nunca aprendió a leer.