Hace un par de semanas me di cuenta de que algo iba mal. Fue esa sensación que a veces tenemos, medio emocional y medio física, que nos indica internamente que algo no va bien. Que nos hace caminar cabizbajos por la calle. Y de repente lo supe: hacía meses que me quejaba, todo eran críticas: la inseguridad jurídica, CV Andratx, CN Ibiza, la ley de la posidonia, los vertidos. Todo cierto y sin exagerar, pero empañando la visión de lo positivo que nos rodea y dejando una estela turbulenta y negativa en el alma. Y decidí que, por un tiempo, dejaría de dar caña. Recordé al símbolo de Venecia: el león que esgrime la espada en tiempos de guerra y el libro en tiempos de paz. Y me propuse compartir con ustedes historias bonitas, entretenidas e interesantes de lo que nos une: la relación del ser humano con el mar.
John Brown Herreshoff nació en USA en 1841, en una zona (Rhode Island) de tradición marinera a 250 kilómetros al este de Nueva York. John quedó ciego a los 15 años, pero aún así a los 18 aceptó el pedido de diseñar y construir un velero. Alquiló una nave cercana, contrató carpinteros de ribera y fundó la Herreshoff Manufacturing Company, todo esto en medio de la Guerra de Secesión. El primer año (1863) construyeron 9 pequeños veleros de 7 a 11 metros de eslora. En 1874 ya habían construido 250 embarcaciones, la mayoría yates y pesqueros.
En 1878 entró como socio su hermano Nathanael, regresado de Harvard y del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ingeniero especializado en motores de vapor, inventor, y excelente diseñador naval. Construyeron la primera torpedera para la armada de USA, que dado su éxito vendieron también a las armadas de Rusia, España, Reino Unido y Perú.
La capacidad de trabajo y agilidad mental de John es legendaria: había hecho crecer la empresa de 30 a 400 trabajadores y llevaba mentalmente los cálculos de los presupuestos de cada barco. Se cuenta que un día un diplomático llegó para solicitarle una torpedera que pudiera desarmarse en trozos y transportarse fácilmente en la cubierta de un carguero. John no contestó nada durante unos minutos, su expresión inmutable, y cuando el diplomático le reiteró la pregunta, el ciego va y le suelta: estoy acabando el diseño del despiece para poder darle plazo y precio, le ruego me deje trabajar en paz, en unos minutos lo tendrá.
Lo que realmente me enternece y admiro profundamente es que los excelentes diseños de Nathanael no comenzaban a fabricarse hasta que no tuvieran la aprobación de John Brown Herreshoff, su hermano ciego. Para ello se fabricaba una maqueta, que John recorría con la yema de sus dedos de roda a codaste, de la regala a la quilla, absorbiendo la graciosa curva del pantoque con un cariño que su mente y alma ya transformaba en algo vivo. Su juicio era final e incontestable, y los resultados cercanos a la perfección técnica y estética.
John Brown Herreshoff falleció en 1915, a los 74 años. Su hermano Nathanael en 1938, a los 90 años. El nieto de Nathanael, Halsey Herreshoff, continúa en Rhode Island con la tradición familiar, donde se encuentra el museo Herreshoff. De vez en cuando una de esas maravillas a flote, producto del cerebro y del alma de estos dos hermanos, se deja ver por nuestras aguas.
Herreshoff, el maestro ciego
John quedó ciego a los 15 años, pero aún así a los 18 aceptó el pedido de diseñar y construir un velero. Su capacidad de trabajo y agilidad mental es legendaria: había hecho crecer la empresa de 30 a 400 trabajadores y llevaba mentalmente los cálculos de los presupuestos de cada barco