
La gente perdida por caídas al mar se puede contar por centenas. El arnés de seguridad es literalmente vital.
Era de noche, y las olas salpicaban la cubierta. La mar no era demasiado grande, pero estaba formada con senos de dos metros, que impulsaban el velero a siete nudos. Media vela mayor y un foque enrollado hasta la mitad le daban el trapo necesario para surcar la mar sin detenerse con la llegada de cada masa de agua. El reloj, situado en el mamparo de la cámara, que podía verse desde el timón, marcaba las seis de la madrugada: pronto amanecería, y con ello el sol propagaría sus cálidos rayos, sobre todo por el entumecido cuerpo del patrón, que llevaba seis horas al timón, alternándose con un piloto automático que no llevaba el barco con la precisión requerida. Habían zarpado de Pollença la mañana del día anterior, con un parte que daba vientos del Este de 15 nudos.
Su mujer dormía desde hacía cinco horas sin que los bandazos la inmutasen, pues era una experta en navegaciones de varios días y estaba acostumbrada. El patrón llevaba puesto su chaleco salvavidas plegable que le daba la movilidad necesaria para maniobrar sin impedimentos. En su parte inferior colgaba la línea de vida provista de un garrucho para poder fijarlo, aunque no lo había hecho.
Las rachas de viento cambiaron de dirección y la botavara trasluchó de forma violenta provocando una orzada que cogió al patrón de improviso y sin lugar donde agarrarse, lo que acabó con la pérdida de equilibrio y el aterrizaje en el agua. Intentó aferrarse a los candeleros de popa, pero fue en vano. Se encontró flotando hinchando el chaleco salvavidas con su válvula automática, pero la ropa de agua le quitaba movilidad y le costó hacerlo. Su cabeza estaba concentrada en ello aunque, de reojo, vio como el velero se alejaba dando pequeñas bordadas.
Cuando se recobró un poco, nadó hacia el barco, esperando que diese una guiñada. El viento se había vuelto a entablar del Norte y las velas estaban amolladas para una navegación de popa, por lo que el barco no cogía la suficiente inercia para alejarse, lo que le dio ánimos para seguir nadando; no estaba a más de siete u ocho metros, pero con la ropa se le hacía muy difícil desplazarse. Gritó tratando que su mujer le oyese, pero parecía un barco fantasma sin nadie a bordo.
Una racha más fuerte incidió sobre el velero acuartelando las velas y deteniendo su marcha. Era un barco de los ochenta con popa estrecha de estampa en la que no había saliente alguno al que aferrarse. Tocó el casco con la mano; por fortuna, el extremo de la escota de la vela de proa estaba en el agua por la banda de estribor; se agarró con fuerza enrollándolo sobre su antebrazo, y pensó cómo volver a embarcar; la cosa no sería fácil. Desde el agua observaba la borda a una altura muy grande; estaba claro que no podría hacerlo solo.
Esquema de la maniobra para retornar al barco después de caer al agua. Ilustración: Salvamento Marítimo
De repente, apareció la cabeza de su mujer entre los tubos que conforman el balconcillo de popa. Sin mediar palabra, sacó del tambucho un grueso cabo y lo pasó, primero por la vita de popa, dejando un seno hasta el agua. El otro extremo lo anudó sobre la cornamusa de la manga máxima, y dijo:
-Pon el pie en él y sube con los brazos.
Y eso hizo Armand, que así se llamaba el patrón: en unos segundos pudo pasar el cuerpo por debajo de los candeleros y arrojarse a la bañera. Casi sin aliento dijo:
-Cariño, ¿cómo se te ha ocurrido lo del cabo?
-Crees que no me fijo cuando navegamos: lo hago. En el folleto de Salvamento Marítimo Español que cogimos en Pollença venía explicado con un dibujo que me llamó la atención.
-No sé cómo habría podido salir del agua, -dijo Armand besándola.
-No quiero ser pesada ahora pero, cuántas veces te he pedido una escalerilla de popa. Sé que es difícil colocarla por su tamaño, pero no podemos navegar sin algo tan elemental.
-Lección aprendida; por poco no lo cuento. Caza el foque y volvamos a rumbo. Estamos a menos de dos horas de Port Vendres, y el tiempo no parece que empeorará.
Conclusión
Este es un caso muy repetido a lo largo de la historia de la navegación deportiva y de recreo. Recuerdo en la Vuelta al Mundo de 1989-1990 de nuestros compatriotas del Fortuna, cuando en los rugientes cuarenta del Índico Sur, mi amigo Quino Quiroga, tuvo la frialdad, conocimientos y reflejos para detener el barco, virar e ir al encuentro de su compañero que flotaba a más de una milla entre olas monstruosas. Siempre que he estado con Quino en su maxi Fuerteventura, le pido que me lo cuente de nuevo: lo primero que hizo fue fijar la posición de Jordi Domenech con el compás de la bitácora para tener una referencia. Luego, viró por avante con los dos tripulantes que estaban de guardia, y volvió al rumbo inverso que llevaban ejecutando pequeños zigzags. Con ello, y de forma milagrosa, lograron recuperarlo. En el accidente Rafa Tibau se rompió una pierna, y Santi Portillo se astilló una clavícula, dados los enormes esfuerzos que tuvieron que hacer en las maniobras ciñendo a semejante mar.
Pero hay cientos de casos en los que las cosas no salieron bien. La gente perdida en la mar por esta causa se puede contar por centenas. Por eso es fundamental estar unido a una parte sólida del barco con el arnés de seguridad. Es verdad que los barcos diseñados en los últimos veinte años tienen popas abiertas repletas de escalones, escaleras y puntos de agarre que facilitan la vuelta a bordo. Sin embargo, todavía siguen navegando miles de modelos de los ochenta y noventa del siglo XX con popas estrechas y cerradas en las que, los que han podido, han colocado escalerillas de las muchas que hay en el mercado.
Sin embargo, para la emergencia de hombre al agua los nuevos Plotters y GPS, ahora también GALILEO, llevan incorporado un botón llamado MOB. siglas de Man Over Board, que guarda la posición del incidente nada más presionarlo, y que permite saber con exactitud el punto de la caída. Luego, deberemos calcular de forma rápida y aleatoria el abatimiento de la persona en la dirección del viento y la mar, pero es un extraordinario punto de partida para recuperar a un tripulante.
Arnés de seguridad siempre sujeto al barco: chaleco de navegación y al menos dos personas en cubierta. Si no contamos con tripulantes, antes de salir de la cámara el arnés sujeto a la línea de vida, y escalera de popa suelta, nunca amarrada, porque desde el agua no podremos librarla; y, sobre todo, precaución, sentido común y marinería en todas nuestras navegaciones, por muy cortas que sean.