Daba un poco de cosa ver esa mole que se te venía encima con una sonrisa de oreja a oreja escondida en la hirsuta barba a lo vikingo, melena salvaje de blanco predominante y brazos abiertos listos a demostrar, triturando, lo mucho que te apreciaba. Los ojos transmitían, la mayoría de las veces, una mirada pícara y risueña. Si ese no era el caso, mejor era alejarse. Dos palmos bajo la barba se extendía un promontorio cervecero muy cuidadosamente mantenido que muchas veces salvaba del abrazo constrictor. Nunca hubiera conseguido jugar al golf, y creo que desde los 18 años sólo podía verse los pies con ayuda de un espejo.
Sabía navegar, lo llevaba dentro. Era muy fácil comunicar con él cuando de yates se trataba (o de vino, o de cerveza, o de señoras magníficas). Era muy amigo de sus amigos y enemigo de todos. Lo conocí en el 87 u 88, cuando había sido nombrado director del departamento de diseño de yates del astillero alemán Lürssen, dedicado desde hacía poco a los grandes yates (en aquella época un 50 metros era enorme). Yo había conseguido trabajo aquí en Palma como capitán del Santa Cruz Tres, una motora italiana de 36 metros construida en 1979. Lo estaba destripando para conocer bien los sistemas, ya que no había planos, ni circuitos, ni diagramas.
Jörg y un project mánager vinieron, mediante la mediación de Jürgen Koch, que llevaba Lürssen Yachts en el Club de Mar, a ver cómo estaba construido el SCT y pillar ideas para, manteniendo la calidad, poder construir con un precio menor, ya que Lürssen adoptaba todavía calidades de nivel militar, que era en lo que hasta ese momento estaban especializados.
Jörg, con sus pelos y su barriga, se metió por todos los rincones y no se perdió un detalle. De vez en cuando hacía preguntas crípticas tipo “¿esto vibra?” o “¿es suficiente la ventilación?” y seguía mostrándonos su culo vestido mientras buscaba oro en la sentina de los camarotes o revisaba las bocinas de los ejes o la descarga del WC de los tripulantes.
Unos siete años después estaban terminando de construir el 41 metros Xenia, uno de sus diseños, cuando el mecánico (Sepp Metzler, con quien había cruzado el Atlántico tres años antes en un Lürssen similar), me preguntó si podía hacer una visita al astillero, cerca de Bremen, para ver la posibilidad de llevar, como capitán, el Xenia a Mallorca en su viaje inaugural.
Había algunas dudas sobre su estabilidad en condiciones extremas y se fiaban de mi discreción (si, alguna vez fui discreto) y flexibilidad en cuanto a asuntos técnicos. Salimos a hacer una prueba de mar con un director del astillero, Jörg, el project mánager y un par de jefes de departamento.
Dejando Bremerhaven atrás nos pilló una marejadilla que no afectaba para nada la escora del Xenia. Les dije a todos que se agarraran y puse los estabilizadores en función rolido forzado. Casi se me lastiman dos o tres, que pensaron que mi advertencia era una exageración latina. Rebotaban contra los mamparos y mobiliario del puente mientras Sepp y yo, agarrados a elementos fijos como gatos sobre una piscina, los veíamos sufrir. El Xenia era pesado en altura, rolaba y tardaba en adrizar. Volvimos en silencio mientras yo no conseguía ocultar del todo mi sonrisa y Sepp intentaba poner cara de póker y no le salía. Al amarrar en el astillero, el director me pregunta:
-¿Aceptas llevarlo?
-Sí, le respondí, con una condición: el diseñador viene en el viaje.
Bufidos, exclamaciones, cabezas que hacia uno y otro lado expresaban la rotunda negativa germana a una proposición tan radical, mientras se emitían ruegos a la reconsideración. No.
Aceptaron. Partimos a fin de mayo y creo recordar que éramos seis, Jörg y un representante del dueño incluidos. Organicé las guardias para que Jörg compartiera dos horas conmigo cada noche, sobre las tres de la mañana. Hacíamos 12 nudos de crucero cómodo, sin ruido ni vibraciones y con un rolido suave que hacía difícil mantenerse despierto.
Jörg jugaba con la electrónica (mucha). Le ordené que ploteara con lápiz la posición en la carta (aunque tuviéramos plotter). Me discutió la practicidad del hecho. Le recordé que a bordo la lógica la dictaba yo. No le gustó y farfullando fue hacia la mesa de cartas. Era pequeña.
-Aquí no se puede trabajar- dijo.
- Quéjate al diseñador.
-Argentino de mierda.
Ploteó la posición y volvió al radar. Y de repente … rrrrrrrrrrrclick el lápiz rodaba y se caía de la mesa. Volvió, lo subió y lo trabó. Rrrrrrrrrrrrrrclick al suelo.
-¡Esta mesa es una mierda!
1-0.
Al tercer día, Sepp me comenta que Jörg le había pedido, con un aire misterioso, cinta americana. No se habló más del tema hasta que nos comentó que el aire acondicionado de su cabina no iba bien. Cuando llegamos, el control estaba cubierto de cinta: la luz roja de los indicadores no le permitía dormir, porque estaban instalados a la altura de la almohada. El sensor de temperatura se encuentra en el control...
Se sucedieron varias anécdotas por el estilo, le mostré cómo utilizar la goma de borrar en la mesa de cartas para evitar la caída del lápiz, y antes de llegar a Ibiza, donde nos esperaba el propietario, fondeé en Formentera.
-¿Baño? -me preguntó el vikingo.
-Limpieza- contesté.
Cada uno se ocupa de su cabina y todos de cubiertas y lugares comunes. Vuelve Jörg después de media hora.
-¡Listo!
Voy a su cabina, vuelvo y le suelto:
-El plato de ducha está lleno de pelos y con residuos de jabón.
Casi me mata.
–¡Soy el director de diseño de Lürssen y mi función no es limpiar platos de ducha!
-Eres un tripulante de mi barco y todos limpian sus platos de ducha.
Embarcamos al propietario en Santa Eulalia y seguimos a Mallorca, amarrando en Puerto Portals. Había sido un excelente viaje, habíamos descubierto por qué el Xenia rolaba tanto en ciertas condiciones de mar, situación que fue fácilmente corregible, y cuando cada uno iba a seguir con su vida, tomando el último trago en Wellies, Jörg me abraza como King Kong, me llena la cara de pelos y me dice:
-Después de este viaje, no volveré a diseñar un barco como lo hice hasta ahora.
No podía haberme hecho mejor cumplido. Jörg Beiderbeck fue uno de los pioneros del diseño de superyates, y marcó una época. Lo respetaban los astilleros, los propietarios y sus pares. Yo le quise mucho. Falleció en el 2015 a los 69 años.