Hay en Baleares entidades sociales a las que nada les parece bien, que se posicionan contra todo, sin aportar jamás una solución realista, y que, sin embargo, pese a tratarse de grupos minoritarios, siempre consiguen colocar sus mensajes en las portadas de los medios de comunicación y en el debate público. Lo vimos con la plataforma anticruceros y lo veremos con el plan para reordenar –que no ampliar– el puerto de Palma. También veremos que los que se quejan son, básicamente, los mismos.
De momento, ya han empezado a asomar la patita los catastrofistas de guardia, muy preocupados por la posibilidad de que el Moll Vell albergue una marina de grandes esloras, cuando la realidad actual es que ya ejerce como punto de atraque para ese mismo tipo de embarcaciones que están a la espera de ser izadas para su reparación. O sea, que la marina ya existe, sólo que ahora se encuentra adosada a una zona industrial. Basta asomarse al puerto para comprobarlo.
Lo que propone la Autoridad Portuaria, con criterio razonable, es que ese puerto deportivo de facto comparta espacio con una zona de esparcimiento ciudadano. Es evidente que los agoreros argumentan partiendo de falsas premisas, fruto de su desconocimiento de lo que es un puerto como el de Palma, en el que han de convivir las actividades comerciales, industriales y de recreo. Y pretenden que una buena noticia para la ciudad y sus habitantes pase por poco menos que una hecatombe ambiental y social. No saben de qué hablan, pero siempre encuentran tribunas desde las que divulgar sus bulos.
El «plan Sanz» para el Puerto de Palma es, de momento, un proyecto básico contra el que se podrán aducir cuestiones de carácter técnico, las cuales se verá si son o no subsanables, pero es conceptualmente impecable en tanto busca resolver con un crecimiento muy contenido la anomalía histórica que significa la presencia de un polígono industrial frente a la catedral de Palma. Sólo por eso debería ser objeto de elogio y no de crítica barata.
Recuperar el Moll Vell para la ciudad y garantizar superficie de varada suficiente para que los astilleros de reparación y mantenimiento puedan seguir realizando su labor estratégica para la economía balear son dos aspectos prioritarios que el proyecto resuelve, al menos sobre el papel. Y lo hace sin la necesidad de crear un nuevo dique, limitándose a ensanchar el actual.
Por supuesto que tiene sus pegas, como la profundidad del mar en la zona de actuación en San Carlos, la circulación de la carga rodada que llega cada día a nuestra ciudad o la dispersión de las compañías navieras. Una sociedad adulta debe asumir que ninguna solución es del todo perfecta y que las grandes obras, llamadas a resolver problemas estructurales, tienen un coste elevado y no están exentas de dificultades. Seguro que en su momento no fue tarea fácil construir el gran dique que lleva más de medio siglo abrigando el puerto de Palma y que ha contribuido a un desarrollo económico y social impensable en otras circunstancias.
La ciudad de Palma, y por extensión Mallorca, son la consecuencia de un puerto que, nos guste o no, necesita cambios. Los que propone en este momento la Autoridad Portuaria son más que razonables. No dejemos que la demagogia, los bulos, el desconocimiento, la propaganda o la pereza echen por tierra una oportunidad de mejorar nuestro entorno y garantizar nuestro futuro. No nos dejemos intoxicar.