El miedo de la gente nos afecta más que la enfermedad que lo desató. Desde el principio, los medios han incluido una componente de desesperación que es muy fácil de absorber por quienes reciben el mensaje. La Peste Negra, que también había comenzado en Oriente y entró por Messina, se cargó a una tercera parte la población de Europa en el siglo XIV y, pese a los pocos elementos y conocimientos médicos que tenían en esa época, se erradicó en seis años. La gripe hispánica se cargó a 30 millones de personas entre 1918 y 1920, por un virus antepasado del que hoy nos pone de rodillas.
Las enfermedades se curan o se controlan, es una cuestión de tiempo. Se dice que esto es una guerra, yo no estoy de acuerdo. En una guerra ves al enemigo. Miras el uniforme de una persona y sabes si es amigo o adversario. Oyes los aviones sobre la ciudad y sabes que viene un bombardeo. El virus se acepta, pero no se ve. Cada persona puede ser un infectado. Cada cosa que uno toca puede ejecutar el contagio. Es invisible, poderoso y letal.
Los gobiernos nos han mentido tanto y durante tanto tiempo, que hoy sólo hace falta que un conseller o el primer ministro diga «no os preocupéis» para que la gente salga disparada a los supermercados y arrase con todo lo que haya en las baldas. Y aquel más sobrio, que sabe que es cuestión de tiempo hasta que las cosas vuelvan a su cauce, también se acerca a llevarse algo porque si no, quedará desabastecido. Por suerte, en España el pánico quedó neutralizado cuando la gente vio que el abastecimiento de sumnistros se mantenía en las tiendas.
Me contaba un amigo investigador de medicina molecular que el riesgo no es el contagio en sí, que va a suceder nos guste o no, sino el contagio simultáneo que sature las instalaciones sanitarias y el personal médico para tratar los casos graves.
A eso vamos a llegar, nos guste o no, y allí veremos el temple y saber hacer del Gobierno, que en estos momentos es el padre de la ciudadanía y no nos puede fallar ahora. El Gobierno central y autonómico, porque cada uno pasa por diferentes carencias. Los gallegos necesitan seguir criando ganado y pescando para toda España. Nosotros nos vamos ahogando sin el turismo.
En Baleares, y especialmente en la náutica, se va a sufrir un golpe muy contundente que comienza por dejarnos sin el Princesa Sofía ni Semana Santa, porque la festejaremos en casa, solos. Ni imágenes de las procesiones en Sevilla se van a ver. Podremos comer roscón de Pascua en el desayuno y hasta hacer el ayuno pascual los practicantes, que les confortará un poco.
A los puertos, ni de paseo. Habrá despidos y falta de empleo estacional, igual que en la restauración y la hostelería, haciendo desaparecer las principales fuentes de empleo de las Islas Baleares. España estará en quiebra técnica antes de lo que nos imaginamos, pero allí comienza la ventaja de haber vivido con una economía virtual en Europa: se podrán asignar fondos de ayuda que en realidad no existen. Eso sí, lo pagaremos más tarde, como paga Grecia su aventura con Syriza.
La recuperación no será rápida: los gobiernos se tomarán muchos márgenes antes de revertir las medidas de emergencia a un estado normal, no sólo para observar y poder frenar un posible rebrote de la pandemia, sino para no ser, en un futuro, acusados de descuido o de una actuación demasiado rápida. La situación puede ser muy difícil, pero no dejan de ser políticos con la consabida maestría de salvar primero el culo propio.
Los puertos que más sufrirán son los que tienen servicios, porque los amarres se siguen pagando, pero los restaurantes de los puertos, talleres y demás oferta complementaria no tendrán trabajo. La temporada de charter será inexistente, ya que España es país de alto riesgo y los miedos son difíciles de olvidar. Lo mejor que podremos hacer es que quienes sobrevivan se unan y pasen un invierno inolvidable (por lo malo), preparando una vuelta muy currada en la pretemporada 2021.
Si la situación sigue en el mes de julio, muchas pequeñas empresas deberán cerrar por no poder tirar del carro sin el negocio del verano. Nos mata perder el confort, pero el miedo nos hace aguantar. Los judíos vivieron épocas similares a esta durante siglos, recluidos en los guetos y con todas las limitaciones imaginables. Muchos murieron pero allí están, fuertes y orgullosos. Hicieron una piña casi impenetrable. Esos sufrimientos les hicieron cada vez mas fuertes. Quisieron sobrevivir y hacerlo posible a cualquier precio. Lo pagaron, pero allí están. El secreto, o la solución, es adaptarse.
Igual que estábamos viviendo una época después de la crisis, que nos marcó, comenzaremos una época después del virus, cuya marca será totalmente indeleble. Europa se mostró más separada y menos solidaria que nunca. España se entiende con China mejor que con Alemania, Inglaterra o Francia. Las Naciones Unidas brillan por su ausencia. Prima el sálvese quien pueda y cada uno encuentra el camino que mejor puede solucionar su situación. Lo que debemos hacer es aprender de esta situación de vulnerabilidad extrema y corregir para el futuro los factores que la han creado. ¿Aprenderemos? Ojalá.