El mar –permítanme que lo diga– es todavía más atractivo y reúne en torno a él otro grupo de fanáticos que somos nosotros. Todos compartimos la locura de estar en un medio inestable, separados por centímetros de madera o milímetros de fibra de un profundo mar con todas sus posibilidades de aventuras aún intactas. Y ya es complicado: por aquí han pasado gente como los fenicios, Antoni Barceló o Alain Bombard.
Pero en tierra, ¡ay!, los terráqueos nos ven como los que usan barcos o, en algún momento, un puerto. Ese es el máximo común divisor para todos ellos y especialmente para la mayoría de los políticos.
Aquí doy con el excelente artículo del señor Dols que la Gaceta Náutica publicó el mes pasado y con el que estoy completamente de acuerdo en que la vela es un deporte que no exige instalaciones municipales pagadas por todos, que no es más caro/raro que los que se gastan su dinero en una finquita o en una bicicleta de montaña y que falta inversión institucional en la náutica. Sin embargo no estoy de acuerdo en que los políticos de uno u otro color hayan de tener cierta sensibilidad por nosotros.
En la náutica hay dos problemas principales, dependemos de una legislación de marina mercante y somos un grupo muy amplio. Recuerden que también se mete a espeleólogos y cazadores en el mismo saco. Hay, también, un cuello de botella, los políticos.
Estos llegan a un despacho y un día reciben a alguien que les habla de vela infantil, al día siguiente están en la presentación del Princesa Sofía y el tercer día se entrevistan con las empresas de charter. Ellos, que son terráqueos, sólo ven embarcaciones y creen que una regata de cruceros es una carrera entre un Costa y un MSC. Por último hay una pescadilla que se muerde la cola: para cambiar la legislación nos hacen falta los políticos.
Se supone que en este párrafo debería dar una solución pero lo cierto es que no se me ocurre cómo hacer ver la diversidad de personas e intereses que hay en el mar a un señor que está en un despacho.
No sé si debemos enviar a un cónsul plenipotenciario o un representante de cada sector, si hay que secuestrar a un político y subirlo a un velerito para que vea que no todo son yates, helicópteros y blinis de caviar o… ¿Qué harían ustedes?
¿Cómo podemos explicar que los mismos que salen a pescar luego quieren fondear un rato?, ¿o que una instalación portuaria también alberga un club deportivo? Yo quiero una unidad –y además la veo– pero tal vez debamos presentarnos frente a los políticos cada sector por su cuenta, como los que aman la montaña. El ejemplo más claro es que no existe una Gaceta Montañesa.