Foto: acuarea.com
Las boyas flotan en el mar y están amarradas a un objeto en el fondo marino que les mantiene en la posición designada. Esto es lo que los políticos saben sobre el tema, y la base para sus decisiones al respecto. A esto sigue el trámite administrativo en Costas, Medio Ambiente (que sólo conocen las boyas de pescar), y Hacienda (las boyas serán de pago). Y entonces, para salvaguardar la sumisión a las leyes y perdurar con el ejemplo de transparencia, se sacan las boyas mal paridas, baratas, débiles y mal calculadas a licitación.
Se encienden los ánimos de quienes ven en la distancia boyas de oro, veleros y motoras peleándose desesperados por poder amarrarse a una y pagar lo que sea, porque si no, su futuro es derivar eternamente y quedar a la merced de los monstruos marinos que nos acechan desde la antigüedad. «¡Nos forramos!», piensa el adjudicatario, pero cuando se da cuenta lo que implica gestionar esas boyas, sale corriendo a preguntar a un amigo que tiene un llaüt: «¿Oye, Tomeu, ¿tú qué harías?» Y reduce personal y medios para mantener y deja de inspeccionar el tren de fondeo cada año, y no recoloca las boyas que han movido, fuera de su posición original, las tormentas de otoño.
En ningún momento se acercan los políticos, los técnicos ni el adjudicatario a hablar o contratar (válgame, Dios) a profesionales de la náutica para ayudar a tomar las decisiones, porque «esa gente lo complica todo». Los que tenemos experiencia en puertos deportivos estamos bastante informados sobre el tema, pero todavía no conocemos lo suficiente, ya que no es lo mismo un amarre fijo en un lugar abrigado que puntos de amarre en mar abierto donde la enfilación de las embarcaciones sigue a la dirección del viento y donde la traslación (el desplazamiento horizontal de una boya por efecto del viento o corriente) incide en la separación que deben tener las boyas entre sí.
Uno de los errores más cometidos por nuestros políticos nautocontras es colocar boyas pequeñas generalmente amarradas con cadena a un bloque de hormigón en el fondo. La cadena es la más barata (las hay de muchas calidades) y no se romperá, pero sí sufrirá la corrosión gracias a la aleación de la que están hechas y su conexión con grilletes o falsas mallas. El muerto se posará en la posidonia, e irá matando la planta de a poco (por presión). Cuando sople un poco de viento, la embarcación tirará de la boya y esta del muerto, que como está sobre las plantas, se deslizará mucho mas fácilmente sobre ellas y continuará con su lapidación de la pradera.
Si supieran que una boya grande tiene menos translación que una pequeña, lo que permitiría amarrar más embarcaciones por metro cuadrado; que existen fibras de fondeo (Dyneema y Spectra) que superan a las cadenas y los cables en resistencia, y que también hay sistemas de amarrar las líneas de fondeo al fondo sin utilizar bloques de hormigón, inocuos para el medio marino, que pueden ser utilizados en arena, praderas, roca o arcilla... Si supieran que al no saber están contribuyendo a cargarse el medio ambiente marino, el turismo náutico (turismo que el Gobierno ha decidido que nos va a salvar) y, además, la tradición. ¡Eso incluye también los llaüts que Mes defiende de boca para afuera! Gestores de Baleares: no pretendemos decirles como trepar, apuñalarse por la espalda, mentir o desdecirse, porque de eso no sabemos. Pero, por favor, no sigan pretendiendo saber de náutica y boyas y hagan un mejor trabajo al respecto.