Ilustración y explicación de Ramón Ribert sobre la primera lancha encargada por Antonio Barceló. Imagen: Museo Naval
“Si el rey de España tuviera cuatro como Barceló, Gibraltar fuera de España, que de los ingleses no”. Coplilla popular que se cantaba por el Campo de Gibraltar a finales del siglo XVIII.
Mucho se ha escrito sobre el almirante Antonio Barceló i Font de la Terra, ilustre mallorquín nunca suficientemente reconocido, que tuvo una fuerte vinculación con Algeciras y toda la comarca durante la época del Gran Asedio a Gibraltar (1779-1783). De origen plebeyo, su familia ya disponía de patente de corso, de algún jabeque para cubrir la travesía entre Barcelona y Mallorca y para luchar contra el pirata berberisco.
Su padre lo introduce en la navegación a muy temprana edad y, a su muerte, él mismo empieza a mandar con buen criterio sus barcos, llegando a capturar numerosas embarcaciones piratas de mayor porte que la suya y abasteciendo a la isla en época de hambruna. Estas acciones hacen que se le vayan reconociendo diferentes grados dentro de la Armada por parte del Rey, aunque los nobles que forman la élite no entienden que un plebeyo pueda ostentar grado en la Armada, y menos aún sin haber pasado por academia alguna. Pero no vamos a hablar de su persona, sino de un gran ingenio de su invención.
Si bien las lanchas cañoneras ya existían, Barceló, con ocasión del Gran Asedio, diseña una gran mejora que causa estragos, no solo en Gibraltar y los barcos ingleses, sino en el posterior sitio de Argel. Al mando de la flota que debe encargarse del bloqueo naval, y aún recibiendo mucho menos apoyo que el obtenido por el general encargado de las operaciones en tierra, Martín Álvarez de Sotomayor, Barceló se las ingenia para sacar el mejor partido de sus escasos recursos. Seguramente inspirado en la bibliografía de los ilustres Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y en la propia cartografía inglesa de la bahía de Algeciras, realizada por William Faden, Barceló diseña una lancha cañonera adaptada a esas circunstancias.
A pesar de que el Ministerio de Marina no da respuesta a sus cartas, manda construir dos lanchas en los astilleros del Río Palmones, probándolas con éxito en la flota enemiga. Visto el éxito, manda construir más unidades, no ya solo en los astilleros del Río Palmones y del Río de la Miel, sino en Palma de Mallorca. Su idea es dotarse de un buen número de ellas, con el fin de evitar la llegada de suministros ingleses por vía marítima.
A la vista de estas lanchas, los ingleses quedan poco menos que sorprendidos. Un oficial inglés llamado Sayer relata: «La primera vez que se vieron desde nuestros buques causaron risa; mas no transcurrió mucho tiempo sin que se reconociese que constituían el enemigo más temible que hasta entonces se había presentado, porque atacaban de noche y, eligiendo la mayor oscuridad, era imposible apuntar a su pequeño bulto. Noche tras noche enviaban sus proyectiles por todos lados de la plaza. Este bombardeo nocturno fatigaba mucho más que el servicio de día. Primeramente trataron las baterías de deshacerse de las cañoneras disparando al resplandor de su fuego; después se advirtió que se gastaban inútilmente las municiones.»
Barceló incluso debe escribir personalmente al rey, rogando el permiso para construirlas. Finalmente no consigue el número que él considera imprescindible, pero sí el suficiente para que estas lanchas constituyan una gran revolución dentro de la estrategia naval de la época. Su diseño sigue unos parámetros muy curiosos: de mayor manga en la proa, están dotadas de 14 remos por banda, con un cañón de a 24 libras, estibado casi en el centro de eslora y en la línea de crujía, con capacidad de deslizarse hasta la abertura de proa cuando debía dispararse, las lanchas debían ir «acorazadas» por planchas metálicas, que llegaban hasta dos palmos de la flotación. Tenían muy poco franco bordo, eran rápidas y muy maniobreras, siendo muy difíciles de detectar desde las posiciones enemigas: 56 pies de quilla, 18 de manga y 6 de puntal. 28 remeros que le daban una gran velocidad, aparte de los artilleros, que disponían de suficiente espacio para disparar el arma sin peligro para su integridad.
«...con cajones a una y otra donde van armas, y fuegos de mano. En la proa tiene montado un cañón de 24 libras en su cureña de marina...forrado por ambas partes de corcho y con movimiento por la mitad para doblarlo...según convenga...»
Antonio Barceló