La conclusión más importante que saco de las tres extensas jornadas de ponencias es que los clubes han dejado de ser propiedad exclusiva de sus socios para pasar a formar parte integral de las ciudades y pueblos donde se encuentran ubicados. Sé que hay muchos miembros de clubes a los que esta afirmación no le gustará nada, pero, créanme, las cosas están cambiando a un ritmo vertiginoso y cualquier posibilidad de sobrevivir en el contexto hipercompetitivo del sector portuario recreativo actual conlleva que los náuticos dejen de ser sociedades cerradas y endogámicas. O abren las ventanas para que entre aire fresco o no tienen futuro a medio plazo. A continuación les explico por qué he llegado a esta certeza.
En primer lugar, porque el propietario de la instalación, que no es otro que la administración (es decir, el contribuyente), ha dejado muy claro que sus condiciones para ampliar los plazos de concesión no pasan sólo por que los clubes fomenten el deporte de base y organicen regatas (eso ya se da por hecho); ahora exigen que además se potencie la responsabilidad social corporativa de manera clara (no sólo cosmética) y se garantice una gestión sostenible acorde al protocolo de la Agenda 2030.
Cumplir estos requisitos será imposible si los clubes que todavía no lo han hecho –que no son pocos en España–, no se abren a sus ciudades y a la sociedad, y se transforman definitivamente en plataformas de acceso al mar para todo el mundo, no únicamente para quienes pagan cuotas muy por debajo de los precios de mercado portuario.
El asesor jurídico de Puertos del Estado, José Antonio Morillo, fue muy claro en su exposición durante el simposio: la mayoría de clubes tienen un tratamiento legal ‘privilegiado’ al poder acogerse a la figura del trámite de competencia de proyectos cuando expiran sus contratos de alquiler, lo que les evita tener que concurrir a concursos que no podrían ganar sin disparar las tarifas de sus miembros.
Y cuando hablo de disparar no me refiero a un repunte del 10 o el 20%, sino a quintuplicar. Es muy importante que esta realidad traspase el umbral de las juntas directivas, conocedoras –y a la vez silenciadoras– de esta situación por ser quienes negocian con la administración, y cale de una vez por todas en las masas sociales de los clubes. Haber sido fundador o tener un carnet con el número muy bajo no justifica por sí solo el beneficio de conservar una concesión cuyo plazo ha expirado.
En definitiva, las cláusulas para disponer de un puerto público se han endurecido y lo seguirán haciendo, lo que con el tiempo terminará por reconfigurar el concepto de club náutico. La mayoría de estas entidades conservan estatutos de mediados del siglo pasado, cuando la náutica y, sobre todo, la sociedad eran muy distintas a las de ahora. El magnífico simposio de la CEACNA en Málaga ha servido para hacer más presente si cabe una advertencia que se viene fraguando en los últimos tiempos: modernícense, ábranse o asuman las consecuencias.