Declararon 15 días de breve confinamiento, decisión «políticamente correcta» para no inquietar. Luego fueron 15 más. La misma mal entendida «prudencia» que retrasó decisiones importantes. Hoy padecemos las consecuencias. Paternalismo del gobernante, como si fuéramos menores de edad o incapaces y que por ello nos tuvieran que «proteger» de no se sabe qué miedos o temores. Pero si lo que la sociedad necesita son instrucciones claras, contundentes, ¡no remilgos ni medias tintas!
Sin perjuicio de algunos energúmenos impresentables que se saltan las normas, lo cierto es que en general la gente es exquisita en el confinamiento y en el cumplimiento de las pautas que van marcando los profesionales sanitarios. Son dignas de elogio las reacciones de empresas, particulares, voluntarios, etc., ante el déficit de material de protección. Les agradecemos su inestimable ayuda.
Al final será una cuarentena clásica, de 40 días. Nada nuevo. En Baleares sabemos de esto. Islas estratégicas en las rutas comerciales de cabotaje, las epidemias fueron algo usual. De las primeras de las que hay registro, la de peste en 1230. Le siguió otra en 1348, más mortífera. Según las crónicas fulminó al 80% de la población, imposibilitados de defenderse de los ataques piratas del moro. Siguieron 150 años de brotes demoledores en 1349, 1375, 1383, o 1493 cuando prohibieron el desembarco de viajeros y mercancías; o la de 1450 conocida como la «Pesta d'en Boga», marinero que pensaban era el portador de la enfermedad.
Hubo más. La peste de 1523. Según las crónicas llegó al puerto de Palma un barco con caballeros de la orden de San Juan de Rodas, que llevaban una reliquia de San Sebastián. A su arribada empezaron a disminuir los casos, lo que atribuyeron a un milagro. De ahí que el santo sea el patrón de la ciudad de Palma. En 1652 otra epidemia de peste se extendió desde Valencia y Cataluña a través de los puertos de Palma y de Sóller.
Durante los siglos XVIII y XIX los brotes continuaron. Joan March, del Grup d’Investigació d’Història de la Salut de la UIB, nos recordaba el otro día en el diario Ultima Hora las epidemias en Mallorca desde el siglo XIX. En 1804 una fiebre amarilla llegaba por barco desde Alicante. En 1820 la gran peste del Llevant, venida de Tánger. En 1832 un brote de paludismo. En 1847 una epidemia de viruela. En 1865 un brote de cólera. En 1870 otra fiebre amarilla. En 1918 una pandemia de gripe mal llamada «española». Y poliomielitis en los años 50 y 60 del siglo XX. Sin olvidar la reciente gripe aviar, o la epidemia de gripe de enero de 2019.
Por eso los puertos han tenido desde siempre los «muelles de la cuarentena». Los tenemos en el puerto de Palma. En Menorca tenían la «Isla de la Cuarentena», islote del puerto de Mahón conocido como «La Isleta» o «isla Plana», primer lazareto destinado a «expurgar géneros», incinerar ropas del personal de los barcos infectados o depositar mercancías que «debían ser oreadas» antes de ser desembarcadas.
Epílogo: al perder Filipinas frente los americanos, los prisioneros españoles empezaron a sufrir enfermedades propias del confinamiento en la región. Los americanos aplicaron tratamientos con efecto positivo en la salud de los cautivos. Un mando español les preguntó cómo estaban haciendo. La respuesta del americano: «estamos aplicando lo que ponen los manuales de medicina españoles». Pues eso.