Siempre le digo a mi amigo José Luis Miró que no puedo inspirarme para escribir si no estoy en el mar, pero la última edición de la Vendée Globe me ha evocado sentimientos que llevaban un cierto tiempo adormecidos. Por desgracia no ha sido gracias a lo que he visto, sino a lo que no he visto: esta vez me lo he tenido que imaginar.
Aunque los foils de estos barcos voladores estén al orden del día, en este artículo estoy en busca de emociones, de sensaciones, de historias fantásticas, que es lo que me enganchó, de muy pequeño, a la navegación oceánica y que me llevó a participar en tres cruces del Atlántico en solitario (Mini Transat) y en una vuelta al mundo A2 en un barco de 40 pies (Global Ocean Race).
Aunque he seguido la Vendée Globe con pasión y envidia, no puedo dejar de constatar que se ha perdido ligeramente el espíritu de aventura. Sus protagonistas emprenden singladuras extraordinarias pero los vídeos o las conexiones por satélite son dignas de las entrevistas post partido de fútbol: vacías de sentimientos.
Soy consciente de que el ritmo frenético de la regata aboca a mantener la máxima concentración, pero ¿qué ha sido de los talleres de manualidades de Roland Jourdain, de las sesiones de gimnasio delante del cabo de Hornos de Loïck Peyron, del air guitar de Tanguy Delamotte o de las sinceras lágrimas de muchos? Todas esas cosas creaban afición.
No pretendo que las regatas oceánicas se conviertan en un reality show, están muy por encima de ello, pero sé de buena tinta que todos los navegantes necesitamos momentos de desconexión. No nos hace más duros esconder nuestro estado de ánimo.
Quizá por eso, y aunque sus vídeos hayan sido más descafeinados que de costumbre, el estilo de Alex Thomson choca con el carácter reservado y patriótico francés. A nuestros vecinos del norte no les gustan sus demostraciones de marketing en el keel o mast walk. No le pueden desacreditar públicamente y fingen respeto, por su excelente proyecto, pero lo relegan a otra categoría: no es de los suyos. En su chovinismo más puro, nunca han sabido que fuera de Francia la vela oceánica no es un deporte popular y hace falta ser un poco showman para poder conseguir financiación y competir.
A mí, de momento, no me queda otra que seguir deleitándome con estos grandes regatistas rescatando algún libro de memorias de las primeras ediciones Vendée Globe que tengo por casa.
Más velocidad pero menos emociones en la Vendée Globe
El regatista y navegante oceánico Hugo Ramón vuelve a ponerse al teclado de la mano de Gaceta Náutica. Escribirá cuando le apetezca, sobre lo que le apetezca y con la extensión que estime oportuna. Estrena su nueva sección, cómo no, hablando de la Vendée Globe. En la foto de Jean Marie Liot, Armel Le Cleac‘h rompe a llorar tras ganar la vuelta al mundo en solitario.