Mascarón de proa: Figura colocada como adorno en lo alto del tajamar de los barcos R.A.E. (del italiano mascherone, aumentativo de maschera)
Mucho se ha escrito sobre los mascarones de proa que, desde que el hombre navega, lo acompañan, guían, protegen e identifican. No se conoce con certeza su origen, pero se han encontrado pinturas en vasos egipcios que datan de 4.000 a. C., con dibujos de embarcaciones en cuyas elevadas popas se representaba un ave. Los vikingos tallaban figuras de feroces criaturas en sus proas y popas, tal vez para amedrentar a sus enemigos o, quizás, para sentirse algo más protegidos de la inmensidad y ferocidad del océano. En ocasiones, los navegantes se limitaban a pintar ojos totémicos en las amuras o en los mascarones, ojos que les «ayudaban» a ver el rumbo que debían hacer, sobre todo en mares desconocidas. La Galera Real de Juan de Austria disponía de una imponente figura de Neptuno cabalgando un delfín, tridente en ristre, y, en Venecia, la galera ceremonial que usaba el Gran Duque se adornaba con un bucentauro (mitad hombre, mitad toro).
Se le daba más importancia al mascarón de proa que al propio nombre de la nave. De hecho, al contemplarlo se podía saber con certeza de dónde era el barco, ya que solían hacer referencia a los santos y vírgenes del puerto de origen. Incluso se llegaron a dictaminar normas en cuanto a su tamaño. La representación de figuras como leones, águilas, dragones y otros animales que simbolizan la fiereza del propio barco y sus tripulantes era muy utilizada. También se empezaron a utilizar figuras humanas, de hombres y mujeres, estas últimas muchas veces semidesnudas, ante la creencia de que calmaban los temporales. Y, por supuesto, de dioses y diosas, criaturas mitológicas, sirenas... Basta contemplar el mascarón de proa del buque escuela de la Armada, el Juan Sebastián de Elcano: Minerva, que representa la diosa romana de la sabiduría, las artes y la estrategia militar.
Se conservan muchas de estas figuras alrededor de todo el mundo. Desde los museos de la Armada en España, hasta las colecciones que alberga el museo del Cutty Sark en Londres o la colección privada de Pablo Neruda, gran admirador y coleccionista de mascarones, en Chile. Pero, como marino mercante que soy, me vais a permitir que me fije en dos sencillos mascarones de barcos mercantes. Figuras que transmiten historias reales.
Uno de ellos es el mascarón de proa de la corbeta Blanca Aurora, de mediados del siglo XIX, obra del escultor Francesc Pascual Granés. Representa a María, la hija del capitán y armador Silvestre Parés, quien se había reservado el derecho de encargar el mascarón por la devoción que sentía por su hija, María Parés, fallecida muy joven unos años antes, probablemente sin que su padre, navegando, pudiese siquiera despedirse de ella. Silvestre quiso que la figura de su hija quedase representada en el mascarón de proa para tenerla siempre cerca. Tras pasar por las manos de varios armadores más, cuando el barco fue desguazado en Río de Janeiro, Silvestre Parés pudo recuperar la figura y traerla de vuelta a casa. Actualmente se puede admirar en el museo de las Atarazanas de Barcelona.
El otro mascarón tiene una historia muy peculiar. De autor desconocido, se cuenta que adornaba la proa de un bergantín que yacía trágicamente atracado en los muelles de la Barceloneta, esperando su desguace. La hija del dueño de la popular taberna de Rafael Martí, sita en Les Corts en la segunda mitad del siglo XIX, se llegó hasta la Barceloneta para ver a su novio y se quedó prendada de este mascarón de proa, que representa a un joven mostrando su certificado de pilotín enrollado en la mano izquierda, y sujetando su gorra de plato con la derecha, presto a embarcar como alumno. Consiguieron quedarse con el mascarón de proa, que estuvo adornando la entrada de la taberna, que se hizo aún más popular, dando incluso nombre a todo el barrio: «El Ninot». Años más tarde, cuando Barcelona absorbe Les Corts, en esa zona, entre Villarroel y Casanova, en la calle Mallorca se construye lo que hoy en día es el Mercat del Ninot, en cuya fachada se puede contemplar una reproducción. El original se conserva en el Museo de las Atarazanas.
«En las arenas de Magallanes te recogimos cansada navegante, inmóvil bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce y doble desafió dividiendo en sus pezones...»
Pablo Neruda.