Le conocí cuando comencé mi andadura en el mundo de los puertos deportivos de Baleares. En aquella época, allá por 2003, todavía estaban tanto clubes náuticos como marinas bajo el paraguas de Anade. En Baleares las instalaciones náuticas las llevaban un puñado de caciques que, obedeciendo a sus dueños, tenían alguna libertad para decidir. Éramos muy conservadores, se temía a las autoridades y se ronroneaba a su sombra como método de cierta protección que en realidad era un espejismo. Las autoridades eran mucho más representativas que hoy, que por los escándalos y desaciertos cometidos han perdido ese respeto que inspiraban.
Participaba en las reuniones, aunque raramente hablaba. Su expresión era muy austera, como si su cara hablara en voz baja. Las pocas veces que pedía la palabra (nunca interrumpía) era con frases cortas pero muy contundentes, que no dejaban dudas sobre lo que estaba expresando. Más adelante, cuando ya me había integrado en la asociación (no es lo mismo ser miembro que estar integrado) y de vez en cuando levantaba la mano y hacía alguna aportación, le miraba intentando leer en esas facciones si aprobaba o no lo que estaba diciendo. Era la viva imagen de la experiencia, era el viejo sabio de la tribu. Siempre se le trató con un respeto que iba más allá de reconocerle la edad o la posición.
Cambia la ley de Puertos del Estado y los clubes náuticos deciden formar su propia asociación. Miquel es elegido para la segunda presidencia y se pone en marcha con una energía y buena gestión que ya querrían tener la mayoría de los políticos. Contrata un gerente que se ocupe de la asociación, y el mundo náutico se estremece: ¡esto nunca ha hecho falta! Las asociaciones siempre han sido llevadas por los miembros (y siempre sólo un 1 o 2 por ciento de los miembros han hecho el trabajo, el asociacionismo en España sigue siendo una asignatura pendiente). Anade decide también contratar un gerente, que duró la muy buena gestión de Cristina Marí. Miquel está haciendo camino al andar y sentando bases fundamentales para la industria de los puertos deportivos. Crea vínculos con otras asociaciones de clubes náuticos en España, organizan conferencias y prácticas (recuerdo la del skimmer contra vertidos).
En 2009, Carlos Torrado me invita a formar parte del grupo de trabajo para crear la norma Española de Calidad de los Puertos Deportivos, iniciativa de la Federación de Asociaciones de Clubes Náuticos de España. Éramos unos 7 u 8, nos reuníamos en Madrid, en el Instituto para la Calidad Turística Española. Allí conocí a dos señoras mallorquinas magníficas: Montse Díaz Codina, que había trabajado casi 10 años como mano derecha del capitán del Real Club Náutico de Palma, y Micaela Adrover, mano derecha de Miquel en el Club Náutico de La Rápita. Las dos eran muy, muy buenas, y te dabas cuenta de que habían trabajado para jefes que, con mucho conocimiento y experiencia, les habían dejado hacer. Se expresaban con propiedad, llegaban a conclusiones válidas, un placer trabajar con ellas. Micaela participaba de todas las reuniones. Era la huella del Patriarca, participando, apoyando, creando.
Coincidí con Miquel Suñer es varias reuniones, y en una donde me había expresado vehementemente, se me acerca y me suelta: «Oscar, eres buena persona, pero el buen mallorquín escucha y no abre la boca». Lo del «buen mallorquín» fue un cumplido monumental, aunque fuera intentar bautizar a un hereje. Se lo agradecí enormemente sin que lo supiera y a partir de ese momento el Patriarca adquirió para mí una estatura superior al Coloso de Rodas.