Sucedió en Francia, en su costa Atlántica, entre Lorient y la isla de Croix, una zona muy concurrida en los meses de verano. Navegaban a bordo de un robusto y seguro Janeau de 45 pies un día despejado de mayo; participaban en una regata de clubes. Los cuatro miembros de la tripulación estaban atareados en cubierta tratando de que el velero fuera lo más rápido posible. Cuando el viento alcanzó fuerza 4, cerraron el tambucho de acceso a la cabina para que las salpicaduras no mojaran el interior. Como estaban regateando, habían bajado el toldo contra los rociones porque quitaba visibilidad para trimar las velas.
Se acercaban a la isla de Croix, que debían circunnavegar por el Norte, para regresar en rumbo directo a Lorient. Uno de los tripulantes bajó a la cámara para coger unos bocadillos, cuando advirtió que las panas flotaban, produciendo un ruidoso chapoteo. Sacó la cabeza por el tambucho y llamó al patrón, que bajó de inmediato y quedó paralizado por la enorme cantidad de agua que había; con un dedo, la chupó para saber si era dulce o salada, pues habían cargado 200 litros, y lo más seguro era que se hubiera roto una de las tuberías de la instalación: pero no, era salada.
En la cabina no había nada abierto, hasta que el patrón entró en el camarote de popa y vio que el portillo que había sobre la litera estaba levantado, dejando un hueco de 40 por 15 cm. Cuando lo cerraba, fue testigo de cómo el agua entraba a chorros, dado que el barco estaba amurado a esa banda, como lo había estado desde la salida.
Cerró el portillo y volvió a cubierta para achicar con la bomba de mano sita junto al timón. Por el orificio situado en la popa vio fluir el agua. Sin embargo, cuando un tripulante encendió la bomba de sentina eléctrica, no logró ponerla en marcha; las baterías se habrían visto afectadas al estar sumergidas, pensó el patrón.
-¿No has notado nada en la caña? -preguntó a uno de los tripulantes.
-No; este barco, cuando hace viento, se mete en el mar y pasa la ola con potencia. Es verdad que la rueda me pareció un poco dura.
Trataron de poner en marcha el motor, pero no hubo manera; su batería estaba situada bajo la litera de popa y el agua había llegado hasta ella. Como tenían buena maniobrabilidad con las velas y la costa estaba lejos, dieron bordos cortos solo con la mayor izada para que el barco se moviese lo mínimo, al tiempo que, con dos cubos, fueron sacando el agua de la cámara a la bañera para ayudar a la bomba de mano. Sin embargo, era tanta, que se les haría de noche para entrar a vela por la estrecha bocana de su puerto. Por lo que llamaron a la SNS, el salvamento marítimo de Francia.
En menos de media hora llegó su barco y les dio remolque, mientras la tripulación continuó achicando.
Cuando lo amarraron en el pantalán de espera, los marineros del puerto colocaron dos potentes bombas de achique enchufadas a la red electrica que, en menos de una hora, vaciaron el velero. Tras una evaluación rápida, apreciaron el tremendo daño eléctrico producido, y la cuantiosa factura que habría de pagar para recuperar los sistemas.
Ojo de buey en una velero de recreo. Los diseñadores los incorporan para que entre más luz en la cabina.
CONCLUSIÓN
Es verdad que en este accidente no estuvieron en grave peligro de naufragio, pero no es menos cierto que si esta avería hubiese sucedido en alta mar, lejos de cualquier costa, y ésta se hubiera picado, la solución no habría sido tan fácil y afortunada.
Siempre he renegado de los portillos en las bandas del casco. Es verdad que, en los barcos modernos, se colocan más que antes, pero no pueden abrirse. Es la obsesión de los ingenieros por dar luminosidad a los interiores; pero en la mar es mejor tener cascos sellados sin posibles puntos por donde pueda entrar el agua. Además, el exceso de luz del verano solo contribuye a decolorar y estropear los interiores.
Ya son grandes los tambuchos de cubierta como para poner otros en el casco. Y, cuando permanecemos en la cámara largo rato, lo solemos hacer para dormir y, entonces, no son necesarios, pues la ventilación la aseguramos con la creación de corrientes entre los tambuchos y el acceso. De poder elegir, siempre es mejor la seguridad.
De todas formas, es básico hacer una revisión completa de todos los tambuchos antes de zarpar, aunque haga buen tiempo, para comprobar el buen cierre de los mismos y asegurarnos su estanqueidad.