En el Paraíso, Dios mostraba esa fruición de crear normas y reglas para todo, como futuramente haría España. Plantó a los dos tortolitos en el Jardín del Edén y les prohibió tocar las manzanas. La serpiente, que vestía de morado, convenció a la primera mujer que daba igual, que en España el incumplir sería cosa de todos los días, algo anecdótico. El resto es bien conocido, Dios se lo tomó en serio y Adán y Eva se transformaron en los primeros candidatos a ser okupas.
Fue también el comienzo de la mala fama de la mujer, a la que siempre cargaron con la culpa de haber perdido el Paraíso. Se la asoció con el pecado y se la relegó a parir, cocinar y llevar la casa, y si era en silencio, mejor. Sólo durante el siglo XX se les reconocieron derechos como conducir o votar. En todos los órdenes han destacado mujeres poco reconocidas: científicas, deportistas, políticas (de las buenas), escritoras, periodistas, las hubo y las hay. El reconocimiento crece, aunque el recelo todavía está allí, latente pero despierto.
En los últimos 40 años, la mujer (no las niñas, que ya navegaban desde hacía un tiempo) llegó a la náutica mayor con ímpetu. Por un par de nombres que nos suenan conocidos (Ellen Mc Arthur, Florence Arthaud, Theresa Zabell) hay decenas en podios olímpicos, circunnavegantes solitarias, y ejemplos de tesón y par de huevos (los latinos medimos la destreza y valentía con los huevos) que desafían la anatomía tradicional.
Británicas, francesas, australianas, neozelandesas, americanas y hasta una polaca, Krystyna Chojnowska-Liskiewicz, que fue la primera femea que con 40 tacos dio en 1978 la vuelta al mundo en solitario en un velerito de 9,5 metros. Fueron las precursoras de las que como tripulantes profesionales llegaron a los yates a limpiar, ordenar y unas pocas a cocinar. Estas recién llegadas se adaptaron e integraron y tomando responsabilidades mayores en embarcaciones cada vez mas grandes, navegaron miles de millas, hicieron cursos y decidieron que esa sería su carrera, pese a que la náutica no era considerada un trabajo serio, y menos para una mujer. En los 80, haciendo charter en Grecia y el Caribe, los clientes nos preguntaban a mi mujer y a mí “a que nos dedicábamos en la vida real”.
Hoy son tripulantes de la gran mayoría de los yates a partir de 25metros. Cubren puestos de azafatas y chefs de cocina como antaño, pero también de mayordomo, primer oficial o capitán. Hay asociaciones de tripulantes femeninas muy bien organizadas. Ada, mi mujer, navegó 10 años conmigo en los 80 y 90, y fué una tripulante formidable.
La mujer tiene cualidades propias que el hombre conoce pero se le hace cuesta arriba poner en práctica. Ellas desarrollan muy rápido y muy profundamente la lealtad, la dedicación, el orden, la responsabilidad, la compasión. Son excelentes discípulas y poseen un sexto sentido al que hay que prestarle atención.
Conozco unas cuantas a las que admiro, y bajo cuyas órdenes no tendría ningún problema en trabajar, ya que están a la altura del que más. Con Mónica me iría de tripulante sin pensarlo a negociar el canal de Menorca o Bonifacio con Mistral, yo vomitando y ella riendo, seguro. Con Nerea, treintañera amiga de mi hija, me embarcaría en su queche “Alcatraz” para compartir cualquier aventura marina. Destacan como agentes de charter, son excelentes gestoras de puertos, directoras de empresas náuticas, presidentas de asociaciones, y la lista sigue...
Chicos: paremos con la tontería, olvidemos la manzana y sus consecuencias. Este recelo que todavía está allí, latente, nos hace retrógrados.