Todos los deportes tienen su pico. En fútbol es más importante ganar la copa del mundo que la copa de Europa o la Libertadores. En vela ligera ser campeón del mundo es grande pero ser campeón olímpico es lo más. En vela oceánica la Whitbread fue lo más grande para estar algo descafeinado en su actual formato. Se ha perdido mucho de la aventura amateur y romántica que era antes con barcos de serie como los Swan 65 ketch, embarcar botellas de vino o situarse mediante sextante. De hecho, se ha recuperado con la Ocean Globe Race con barcos anteriores al 88 y sin satélites ni computadoras. Porque uno puede fondear al nivel de un balizador del Princesa Sofía, hacer maniobras en puerto sólo con la mesana o cocinar una coca de trampó con considerable escora, pero lo que te corona como navegante es la navegación astronómica.
Para empezar hay que reconocer suficientes estrellas para tener varias a mano, pasar de una constelación a otra, saber en qué época del año podremos verla. Hay que saber manejar un sextante en un barco en movimiento. Apuntar todos los datos obtenidos, bajar y sentarse en la mesa del navegante, sacar la calculadora, el almanaque y tener unas plantillas según nos situemos por recta de altura y estrella polar, rectas de altura no simultáneas o astro en el meridiano superior del lugar, por citar algunas.
Ahora mediante unos sencillos cálculos trigonométricos -es un oxímoron, no se preocupen- y el uso de tres sistemas de coordenadas conoceremos los determinantes de los astros que hemos observado. Aplicar correcciones por instrumento, por altura del observador, por refracción, por minutos y segundos. Restar de 360º si ocurre esto, restar si suma más de 180º. Sólo nos queda hacer una carta de fortuna, rellenarla de líneas, que se crucen dos rectas tangentes a sus correspondientes círculos de altura y, ¡voilá!, sabremos nuestra posición exacta. A veces es incluso más fácil porque la estrella polar o el Sol, al pasar por encima nuestro, permiten simplificar los cálculos.
Pues aquí estoy ahora, preparando el capitán de yate en la Escuela del Mar y preguntándome por qué no presté más atención, el siglo pasado, en las clases de matemáticas que incluían cosenos y tangentes. Acordándome del libro Longitud de Dava Sobel (ed. Anagrama) que cuenta la historia de John Harrison, el relojero que hizo el primer cronómetro marino y permitió el cálculo de la longitud. Y acordándome tanto de otro libro que lo estoy releyendo: Manual de navegación para fenicios de Lluís Ferrés Gurt. Sí, no debería ser tan difícil saber algo de astronomía náutica, y hacernos a la idea de por dónde sale y se pone el Sol durante el año, de qué estrellas son circumpolares, entender qué es un azimut... Y navegar mucho para poder ver que de Mataró a Dragonera vas al Sur directo y en un día cercano al equinoccio el Sol debe estar justo por babor al salir en la proa a medio día, y por estribor al ponerse, que para ese momento ya debes estar viendo Mallorca. Que los que bajaban a Árgel en llaüt sólo debían preocuparse de tener la Polar por la popa toda la noche o que de la Mola a Alguer siempre debe estar a la misma altura por babor. Por que sí, la navegación astronómica puede ser de precisión, pero también slow sailing, a ojo de buen marinero.