Conocedor de la simpatía que los responsables de esta publicación profesan por la famosa frase Navigare necesse est, vivere non est necesse (Vivir no es necesario, navegar sí), y a pesar de los numerosos estudios, ensayos y ocasiones en que se ha analizado y hablado de ella, no me resisto a mencionarla en esta primera colaboración que tengo el honor de redactar para Gaceta Náutica.
Cuenta Plutarco, vinculado a la Academia platónica de Atenas, sacerdote de Apolo en Delfos y uno de los últimos representantes del helenismo, en su obra Vidas paralelas, escritos en los que compara la vida de Alejandro Magno con la del cónsul Cneo Pompeyo Magno, cómo llega a germinarse esa cita.
Pompeyo, nombrado cónsul tras varias victorias militares que le hacen muy popular, entre ellas la victoria contra la sublevación de Espartaco y, sobre todo, contra la gran flota pirata que diezma la flota romana y, por ende, perjudica muy seriamente el suministro de todo tipo de mercaderías a la Metrópoli, aniquilando casi por completo cualquier vestigio de piratería en menos de un año, se aposenta en Roma durante una temporada, formando parte del Primer Triunvirato junto con Julio César y Marco Licinio Craso.
Pero hete aquí que en el año 56 a.C. se produce una gran escasez de alimentos que hace que el hambre y la miseria azoten las siete colinas y regiones vecinas. Sabedores de que un pueblo hambriento es caldo de inestabilidad, Pompeyo es el encargado de intentar solucionarlo. Llegados a este punto, Plutarco escribe:
«Creado prefecto de los abastos, para entender en su acopio y arreglo envió por muchas partes comisionados y amigos, y dirigiéndose él mismo por mar a la Sicilia, a la Cerdeña y al África, recogió gran cantidad de trigo. Iba a dar la vela para la vuelta a tiempo que soplaba un recio viento contra el mar; y aunque se oponían los pilotos, se embarcó el primero, y dio la orden de levantar el áncora diciendo: “El navegar es necesario, y no es necesario el vivir”; y habiéndose conducido con esta decisión y celo, llenó, favorecido de su buena suerte, de trigo los mercados y el mar de embarcaciones, de manera que aun a los forasteros proveyó aquella copia y abundancia, habiendo venido a ser como un raudal que, naciendo de una fuente, alcanzaba a todos».
Siglos más tarde este lema es acuñado por la Liga Hanseática e incluso por la Marina de la Corona de Castilla, haciendo ver la importancia de la navegación en el devenir de la prosperidad de los pueblos.
Tal vez Plutarco, en un ejercicio filosófico, pone esta frase en boca de Pompeyo como una arenga y la acción de navegar y enfrentarse al temporal para acabar con la hambruna de Roma como un ejercicio de libertad y responsabilidad, asumiendo el riesgo que la acción conlleva pero con el más alto objetivo de alcanzar un bien común. Navegar no sólo se referiría a una nave física en la que embarcamos. Se trataría de nuestra propia vida, a la capacidad de decidir sobre nuestro futuro, de no permanecer anclados y a resguardo en un fondeadero seguro, sino a aventurarnos y a ser capaces de hacer frente a lo que el destino pueda depararnos, con el bien común como puerto de destino.
Ahora que estamos capeando un duro temporal seamos, más que nunca, consecuentes con ello y naveguemos con determinación para arribar todos a buen puerto.
Es hora de navegar, es necesario.