La oposición en bloque ha decidido utilizar la reforma del puerto de Palma para desgastar al Govern de Marga Prohens con un discurso en el que se mezclan medias verdades, exageraciones, una alarmante falta de conocimiento sobre cuestiones portuarias y el cinismo sin límites del portavoz parlamentario del partido socialista, Iago Negueruela, quien no ha logrado asimilar todavía el resultado de las últimas elecciones. En algún momento, el lugarteniente de Armengol tendrá que aceptar la realidad y reconocer su condición de perdedor; mientras eso ocurre, si lo hiciere, habrá que asumir como algo cotidiano su fogosidad descontrolada.
Negueruela, presa de sí mismo y del estado de turbación en el que permanece sumido desde la derrota de hace un año, no pudo sustraerse a la tentación ególatra de confesar que «sí, lo hemos parado», cuando el pasado 11 de junio intervino en la sesión de control del Parlament, y reconoció de facto que los socialistas de Baleares habían intrigado contra el gobierno autonómico a través del Ministerio de Transportes, dejando de paso en evidencia a los consejeros del ente portuario que dicen representar al Estado, pero que en realidad –por si alguien tenía alguna duda a estras alturas–, están al servicio del Gobierno, sin que les importe lo más mínimo aquello sobre lo que votan. Las dietas no se cobran por decidir en conciencia, sino para obedecer a quien te ha colocado.
La segunda persona del plural con la que Negueruela reconoció su participación directa en la paralización de lo que aquí hemos llamado plan Sanz incluye, muy probablemente, a la ex presidenta balear, Francina Armengol, hoy tercera autoridad del Estado, y al titular del Ministerio del Insulto, Oscar Puente. La orden de lanzar un órdago al Consejo de la APB tuvo que necesariamente llegar de muy arriba para que el presidente de Puertos del Estado, Álvaro Rodríguez Dapena, hombre templado que no había puesto impedimento alguno al proyecto básico de cambio de usos, se prestara de repente a un boicot político.
«Sí, lo hemos parado», se le escapó como un espasmo al portavoz socialista, que a continuación pasó a no pronunciar una sola verdad sobre lo que la reforma supondrá, en caso de llevarse a cabo, para el puerto y para la isla de Mallorca, con referencias falaces a una inexistente pérdida de suelo industrial o al aumento de la presión humana, tratando de hacer pasar por negativa la incorporación de seis hectáreas a uso ciudadano en el Moll Vell –en unos terrenos hoy ocupados por un inmenso varadero– y obviando cuestiones pretéritas tan fácilmente comprobables en las hemerotecas como que el PSOE, su partido, siendo Armengol presidenta del Consell de Mallorca y consejera de Puertos, defendió en 2008 una ampliación 20 veces superior a la que propone la APB.
Antes de lanzar la hipérbole de que harían falta «más de 10 montañas de áridos» para rellenar el ensanche del Dique del Oeste que ahora se plantea, Negueruela debería haber sido informado por alguno de sus asesores de lo que decía el camarada socialista Francesc Triay cuando presidía la Autoridad Portuaria y la construcción de un segundo dique era, según sus exactas palabras, «totalmente necesaria». ¿Cuántas montañas se hubieran tenido que arrasar para construir aquella obra faraónica?
Aunque, puestos a hablar de piedras y cemento, quizás la pregunta que debamos hacernos sea otra. ¿Se puede tener la cara más dura que Iago Negueruela?